“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo, a solas con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo a una o dos personas más, para que todo el asunto se decida por la palabra de dos o tres testigos. Si no les hace caso a ellos, díselo a la iglesia. Y si ni siquiera a la iglesia hace caso, considéralo como un pagano o un publicano»” (Mateo 18, 15-20).
Lección de Moral
Hermanos y hermanas mías, celebramos hoy, con toda la Iglesia, especialmente la Iglesia en Brasil, la memoria de Santa Dulce de los Pobres, el ángel bueno de Bahía. Nuestro saludo al pueblo bahiano que nos acompaña y celebra a Santa Dulce.
El Evangelio de hoy trae el tema de la corrección fraterna, un elemento fundamental de la vida cristiana. Si lo practicamos con más frecuencia, tal vez se evitarían muchos problemas. Sin embargo, esta práctica tiene como motor impulsor el amor por el otro. Si entra en juego cualquier otra motivación que no sea el bien de la otra persona, su salvación, la corrección no pasará de ser una lección de moral pesada y desastrosa.
Quien corrige a alguien debe tener en cuenta la dignidad de la otra persona, su fragilidad que se manifestó en algún error, pero, sobre todo, quien corrige debe preguntarse si no comete el mismo error o incluso errores peores que los de la persona a la que está corrigiendo.
Para que la corrección se realice de forma respetuosa y eficaz, debe seguir algunas etapas que fueron determinadas aquí en el Evangelio.
Vamos a verlas paso a paso:
El primer paso: cara a cara, basado en hechos reales y concretos sobre la persona; y no mediante chismes, charlas y comentarios. No se puede corregir a alguien solo por percepciones subjetivas.
Mucha atención si, en medio de la corrección, no están presentes la rabia, la venganza, los celos, la envidia, un berrinche, un odio o una antipatía hacia a esa persona.
Si no hay una total libertad en la corrección, es mejor dejárselo a otra persona.
El segundo paso: recurrir a otro testigo, o a dos o tres. Pero mucha atención: no vas a llamar a un amigo que comparta los mismos defectos subjetivos que acabo de mencionar. Llama a alguien imparcial, que tenga condiciones de presentar pruebas concretas sobre el hecho, sobre la persona. Valerse de personas que piensan como tú puede ocultar, muchas veces, el interés de eliminar a alguien o de sacar provecho de alguna situación.
El tercer paso: ¡la comunidad! Esta debe estar en medio del espíritu de Cristo, de los valores del Evangelio. En los tiempos actuales, con el avance de la tecnología y de las redes sociales, ¡es muy fácil corromper a toda una comunidad! Es necesario retornar a las fuentes del Evangelio para que la comunidad sea capaz de hacer un discernimiento necesario sobre determinados comportamientos. Una comunidad realmente cristiana no tolera, en su seno, actitudes que desentonan con lo que es esencial.
El último paso: es pedir a la Misericordia Divina, porque a un publicano solo le queda la misericordia de Dios.
Entonces, la comunidad es llamada a confiar a quienes se equivocan al infinito amor de Dios, para que estos se arrepientan de su mal camino, vuelvan de sus maldades y acojan el reino de Dios en sus corazones.
Que el Señor nos conceda la gracia de vivir bien la corrección fraterna. Sobre todos vosotros, descienda la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Amén!