“Pero el Angel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin»” (Lucas 1, 30-33).
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Recientemente, celebramos la Solemnidad de la Asunción de María al Cielo. Hoy, la Iglesia celebra la memoria de Nuestra Señora Reina, y el Catecismo de la Iglesia Católica va asegurar que: “La Virgen Inmaculada, preservada e inmune de toda la mancha de la culpa original, terminado el curso de la vida terrena, fue elevada al cielo en cuerpo y alma, y exaltada por Dios como reina, para así conformarse más plenamente con su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte” (CIC 966).
De esta forma, reconocemos María, la Madre de Jesús, como Reina del Cielo y de la Tierra. Si Ella es la Madre del Rey, Ella también es la Reina. Y el principal argumento que se asegura, de la dignidad regia de María, es, sin duda, su maternidad divina.
No tengamos miedo de honrar Nuestra Señora, de coronar a Ella como Reina de nuestra vida
maría es verdaderamente la Madre de Dios. El Hijo, que se va ser dado por la luz y por la Virgen — asegurase en la Sagrada Escritura – , se llama Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dara el trono de David. Su Padre reinara en la casa de Jacó eternamente, y su Reino no tendrá fin.
Por lo tanto, cuando nosotros descubrimos esta verdad, que María es la Madre de nuestro Salvador Jesucristo, nuestro Rey, podemos asegurar, con toda seguridad, que Nuestra Señora es Reina del Cielo y de la Tierra.
Y a partir de estas consideraciones breves – porque podríamos aprofundar mucho más en este argumento para reafirmar la realeza de Nuestra Señora, la Madre de Nuestro Señor Jesucristo —, no puede haber deuda, en nuestro corazón, en honrar, en tener María como Nuestra Madre, a Nuestra Señora, como también nuestra Reina. Por eso no tengamos miedo de honrar y de coronar a Ella como Reina de nuestra vida.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
