“Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios. Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los ángeles de Dios” (Lucas 12,8- 12).
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La valentía de testimoniar a Jesucristo, aunque nos cueste la vida, ha sido el tema central de la liturgia de la palabra de estos días.
La fe es lo que nos impulsa a dar testimonio incluso en medio de las amenazas que este mundo suele imponer a quienes viven una vida coherente, a quienes dan testimonio de su fe en Jesucristo. Y cuando hablo de testimonio, no hablo de un testimonio que se hace solo con palabras, sino que hablo de un testimonio revelado en la vida, en la vivencia, hablo de dar testimonio de Jesucristo en todo, revelando una vida coherente con la fe profesada.
Dondequiera que estemos, no podemos tener miedo de comunicar que somos de Dios, de revelar que somos de Dios, que pertenecemos a Dios. Por eso no podemos tener miedo, no podemos tener miedo de dar testimonio de Jesús. El mundo intentará destruir la fe, intentará quitarnos la fe, precisamente haciendo que no demos testimonio de Aquel en quien creemos, por el contrario, de quien está lleno del Espíritu Santo, ese sí que tiene el valor de dar testimonio.
Por eso debemos pedir siempre esta gracia, la gracia de que el Espíritu Santo quite de nuestros corazones todo el miedo a anunciar a las personas que somos de Dios, a dar testimonio de Jesucristo ante los hombres.
Pide la fuerza del Espíritu Santo para testimoniar a Jesús sin miedo
Hablar y vivir una vida que da testimonio de Jesús se ha convertido en algo cada vez más arriesgado, pero todo miedo debe ser superado por la fuerza que viene del Espíritu Santo. Es el Espíritu de Dios quien sostiene nuestra fe y nuestra valentía. Es el Espíritu Santo el que nos enseña cómo actuar y qué decir delante de las personas sin negar a Jesucristo.
Por eso, ante estas amenazas de este mundo peligroso, de este mundo que intenta silenciar a los hijos de Dios, pidamos siempre esta fuerza, la fuerza del Espíritu Santo. Pidamos que el Espíritu de Dios nos impulse, nos haga vivir una vida coherente, una vida que anuncie a Jesucristo en medio de un mundo que hoy intenta negar a Dios.
Descienda sobre todos ustedes la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.