“En aquel tiempo, cuando supo de la muerte de Juan Bautista, oyéndolo Jesús, se apartó de allí en una barca a un lugar desierto y apartado; y cuando la gente lo oyó, le siguió a pie desde las ciudades. Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mt 14, 13-21).
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Hermanos y hermanas, la gran actitud de Jesús, que nos forma y que prepara nuestro corazón para que también tengamos esa actitud con nuestros hermanos, aquellos que conviven con nosotros, es de compasión. Jesús se llenó de compasión por la multitud. Nosotros también somos constantemente necesitados de la compasión del Señor debido a nuestras limitaciones, nuestros pecados, nuestras malas elecciones y nuestros errores.
Somos objeto de la compasión de Jesús, del Padre y del Espíritu Santo, que permanece con nosotros y dirige nuestra existencia y nuestra vida. Que aprendamos del corazón de Jesús a ser compasivos con nuestros hermanos también. Si nosotros recibimos misericordia de esa manera, también debemos ofrecerla junto con el perdón.
Somos objeto de la compasión de Dios
Entonces, quizás en este día, podamos reflexionar si falta el perdón a alguna persona de nuestro entorno, tal vez alguien de su familia a quien necesite acercarse hoy, recordando de esta palabra. Debo ser compasivo, no porque soy demasiado bueno, sino porque recibo misericordia a cada momento. Recibo compasión de Dios a cada instante, ¿y cómo no voy a ofrecerla de vuelta?
Esta palabra es la gran enseñanza de Jesús para nosotros en el día de hoy, en esta homilía diaria. Tengamos compasión de nuestros hermanos, no porque seamos buenos o maravillosos, sino porque, constantemente, somos objeto de la misericordia de Dios.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!