Apegos afectivos
Hermanos y hermanas, en el Evangelio de hoy, Jesús le pregunta a un hombre sobre el conocimiento de los mandamientos: “¿Conoces los mandamientos?”. El hombre dice que ya los vive. Entonces, Jesús profundiza la conversación. Lo mira con amor y le dice: “Una cosa te falta. Que vayas, vendes todo lo que tienes y da a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sigueme. Pero cuando aquel hombre escuchó eso, quedo caído y se fue lleno de tristeza, porque era muy rico” (Marcos 10, 17-27).
Todo esto en el contexto de la pregunta del inicio de la palabra que se leyó aquí para nosotros. ¿Qué debo hacer para ganar la vida eterna? Hermanos y hermanas, aquel hombre estaba dispuesto a hacer la voluntad de Dios. ¿Cuántas veces también nosotros estamos dispuestos a hacer la voluntad de Dios? Pero ese estar dispuesto a hacer la voluntad de Dios pasa por algunas condiciones de nuestro corazón, de nuestra vida e incluso de nuestra materialidad, de aquello que tenemos.
Apegos materiales y afectivos
Aquel hombre estaba dispuesto, pero su corazón, lamentablemente, a pesar de la disposición, estaba aprisionado a los bienes de esta tierra. Ese algo más que Jesús pedía le daría a aquel hombre, como también nos da a nosotros, la libertad de vivir sin estar aprisionado. Y claro, para él, también para nosotros, consecuentemente, vendría la felicidad, que es propia de aquellos que eligieron la vida eterna. Entonces, disponibilidad para seguir a Jesús, disponibilidad para dejar aquello que nos ata en este mundo. Diversos tipos de apegos.
Aquí, estamos hablando de apegos materiales, pero existen también apegos afectivos que nos impiden hacer la voluntad de Dios. ¿Cuántos apegos afectivos nos impiden seguir la vocación? ¿Quién sabe? Quiero seguir la vocación, pero tengo algún apego afectivo que me arrastra para atrás cuando quiero caminar hacia Dios.
Entonces, en este día, pidamos al Señor la curación de nuestro corazón también, para que no tengamos apegos, para que queramos, de hecho, hacer la voluntad de Dios con toda la disponibilidad que hay en nuestro corazón. El Evangelio, sin embargo, afirma que aquel hombre se fue muy triste después de la pregunta de Jesús, porque era muy rico. Hermanos y hermanas, el proyecto de riqueza lo ataba a este mundo.
El proyecto de vida
Aquel hombre tenía un proyecto material, un proyecto solo para este mundo, lo que le impedía moldear su vida en un proyecto que apuntara a la vida eterna, a un proyecto de vida espiritual, a un proyecto de vida en Dios.
Probablemente, muchos de los que allí estaban, también en aquella situación, se sintieron provocados por las palabras de Jesús, a tal punto que se cuestionaron sobre quién puede salvarse. Y Jesús continúa la conversación afirmando que el hombre colabora, pero la salvación es siempre don de Dios.
Yo no genero la salvación para mí mismo, así como tú no generas la salvación para ti mismo. Es un don que recibimos. Lo recibimos como gracia. Él dice que para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible.
Desobedece a tus miedos
El Evangelio de hoy nos trae una gran enseñanza, hermanos y hermanas. Nadie puede ser feliz si no está dispuesto a desobedecer a sus propios miedos. Dispuesto a desobedecer a sus propios miedos y desobedecer también a sus propias inseguridades.
Que, en este día, seamos desobedientes a nuestros miedos.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!