“Después que la multitud comió hasta saciarse, Jesús mandó que los discípulos entraran en la barca y se le adelantaran al otro lado del mar, mientras él despedía a las multitudes. Después de despedirlas, Jesús subió al monte para orar a solas. Llegó la noche, y Jesús seguía allí solo. La barca, sin embargo, ya lejos de tierra, era agitada por las olas, pues el viento era contrario. Hacia las tres de la mañana, Jesús vino hacia los discípulos, andando sobre el mar. Cuando los discípulos lo vieron andando sobre el mar, se aterrorizaron y dijeron: “¡Es un fantasma!”. Y gritaron de miedo. Jesús, sin embargo, les dijo en seguida: “¡Ánimo! Soy yo. No tengáis miedo” (Mateo 14, 22-36).

Dominio propio

Hermanos y hermanas, los discípulos están en medio del mar agitado, lo que ya es algo tenebroso para aquellos pescadores. Y además, es alrededor de las tres de la mañana, es decir, todavía es la hora de las tinieblas.

En medio de tanto caos y oscuridad, Jesús aparece y dice —la traducción al español es: “Soy yo”, pero, en realidad, es: “Yo soy”. Estoy diciendo lo que está en el original griego ego eimi, “yo soy”, el mismo nombre que Dios pronunció a Moisés, justamente para recordar que Dios es una persona, y que Él existe y actúa en favor de Su pueblo.

Es ese Dios que se levanta en medio de nuestras tribulaciones y en medio de nuestros sufrimientos, es ese Dios que responde cuando elevamos nuestra oración en medio del caos que, muchas veces, está a nuestro alrededor.

Quizás usted esté viviendo, hoy, una situación difícil, una tribulación; entonces, es el nombre de Jesús el que vas a invocar hoy. La duda de Pedro era, de hecho, si Jesús estaba allí, en aquel mar agitado. Pedro es invitado por Cristo a ir a Su encuentro, y esa fue la travesía más dura de toda su vida.

Pedro era un hombre de mar, sin embargo, nunca fue capaz de dominar su mar, nunca fue capaz de caminar sobre las aguas agitadas. Siempre estuvo en la comodidad de las orillas, lanzaba las redes, pero volvía a las orillas; ahora, con Jesús, Pedro fue desafiado; y mientras seguía con la mirada fija en Jesús, lograba caminar sobre las aguas. Cuando quitaba su mirada y era tomado por el miedo de los vientos, ahondaba. Así somos nosotros.

Hoy, queremos oír, una vez más, a Jesús diciéndonos al oído: “Yo soy. No tengáis miedo. Estoy aquí, estoy en la barca de tu vida, estoy contigo en medio de esta tribulación. No estás solo”.

Dejemos, hoy, que esta palabra consuele nuestro corazón, que nos consuele en medio de nuestras tribulaciones y nos devuelva a todos la esperanza de que esta situación no tiene la última palabra, pues la última palabra es de Jesús.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!