En aquel tiempo, Jesús contó a los escribas y fariseos esta parábola: “Si uno de vosotros tiene ovejas y pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se perdió hasta encontrarla? Cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros con alegría y, al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alegraos conmigo. He encontrado mi oveja que estaba perdida'” (Lucas 15, 3-7).

Somos amados de Dios

Hermanos y hermanas, hoy celebramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, a quien pedimos su cuidado sobre nosotros, sobre nuestra vida, sobre la vida de los nuestros, sobre la vida de todas las personas por quienes rezamos e intercedemos.

El Sagrado Corazón de Jesús es refugio para cada uno de nosotros, para nuestros dolores, para nuestros sufrimientos.

El Sagrado Corazón de Jesús revela el amor de Dios por nosotros, el amor de Dios por la humanidad, un amor inmenso y misericordioso.

El corazón de Cristo es un modelo del amor auténtico que se entrega por entero para salvarnos.

El corazón de Jesús es la fuente de la misericordia, que nos llama a amar como Él nos amó.

Podemos decir que es un corazón que se alegra con lo que somos, no un corazón que se alegra solo con lo que hacemos.

En primer lugar, el corazón de Jesús se alegra por lo que somos: hijos amados de Dios.

El corazón de Jesús es un corazón que se alegra cuando estamos o volvemos a relacionarnos principalmente con Él, cuando volvemos a la comunión con la Trinidad, cuando volvemos a la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pues, bella y maravillosa es, en efecto, nuestra vida ante sus ojos, ante los ojos de Jesús y de su Sagrado Corazón, incluso cuando, por el mal uso de nuestra libertad, de nuestro libre albedrío, llegamos a desagradar al corazón de Dios por medio de nuestros pecados.

Pero es exactamente en este momento cuando se revela la realidad indestructible de Su amor por nosotros y recibimos, en la compasión y en el perdón, por la acción y obra del Espíritu Santo, el perdón de nuestras faltas, y volvemos a este corazón que nos ama y nos transforma.

Vivamos esta realidad en este día, en esta solemnidad.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!