“En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En aquel tiempo, muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano. Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa. Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará” (Jn 11, 19-27).
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Mis hermanos y hermanas, hoy es el día de los hermanos de Betania, los amigos íntimos de Jesús: Marta, María y Lázaro. Es un día propicio para celebrar la amistad cristiana. Hoy, para nosotros, sería el día de la amistad. Con el Evangelio, con la temática de hoy, la amistad cristiana como signo visible de la gracia de Dios en nuestra vida, que puede salvarnos, que puede resucitarnos en ciertos momentos de muerte.
Jesús es el centro de esta amistad. Jesús es el centro de esta amistad porque Él marca la pauta de la relación entre los tres. Es Él quien calma a Marta en su agitación por querer que María sea como ella quiere. Esto sucede, ¿saben?, en la amistad. ¿Cuántas veces pretendemos que el otro sea como nosotros queremos? Y así, no amamos a la otra persona como un ser único, sino que nos amamos a nosotros mismos en la otra persona. Eso no es amistad. Jesús es el centro para decir: “Tú eres tú, Marta. María es María”.
Un retrato de la verdadera amistad
Jesús es el centro de la amistad. Es Él quien tiene que alimentar la sed de profundidad de María. Con ella, las conversaciones eran profundas, el lenguaje del amor de María era disfrutar escuchando las palabras del Maestro. María tenía sed de conocer el corazón de Jesús. Hay amigos que se sienten amados cuando compartimos nuestra intimidad con ellos, cuando hablamos del alma, compartimos cosas profundas. Y hay otros amigos que no se preocupan por eso. Es el misterio de la amistad.
Cristo es el centro de la amistad. Es Jesús quien debe resucitar a Lázaro, preso en la muerte. Ahora debe liberarse. Jesús tiene que gritar: “Lázaro, sal fuera”. Hay amigos que necesitan nuestro grito para salir de la inercia de sus problemas, de sus pecados. Hay amigos que necesitan una corrección fraterna de nuestra voz, una palabra de exhortación que los saque de la tumba en la que viven.
¡Benditas las amistades que Dios nos ha concedido! Cada una de ellas tiene su valor precioso, como lo fue en la vida de Jesús. ¡Cuántas cosas no aprendería de Marta, María y Lázaro! Bendigamos al Señor hoy por el don de los amigos en nuestra vida.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!