“En aquel tiempo, Jesús dijo: Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí. Y si supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes; porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo” (Mateo 12, 1-8).

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Hermanos y hermanas mías, me detengo en el último versículo de este Evangelio: “Misericordia quiero, que no sacrificio”. El contexto aquí es la observancia del día sábado. Ustedes ya deben haber leído este Evangelio sobre la temática de la observancia del día sábado, las prohibiciones, reglas, deberes, castigos, etc. De aquello que era sagrado, se llegó a estas realidades. Eso fue lo que sucedió con el precepto del día sábado.

Jesús es el rostro de la misericordia. Contemplando su rostro, aprendemos sobre el Padre Celestial. La misericordia es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona. Quien dijo esto fue el Papa Francisco cuando escribió sobre lo que abrió el Año Jubilar extraordinario de la Misericordia. El llamado hecho por el Papa fue que aprendiéramos de Cristo sobre la misericordia divina.

Ley, conversión y misericordia

Esto es tan necesario, porque tendemos muchas veces a especializarnos en las leyes, en las normas, en la doctrina, en las reglas litúrgicas, pero nos olvidamos de aquello que es lo principal: contemplar la misericordia para volvernos misericordiosos como el Padre Celestial es misericordioso. No nos conformemos con aprender solamente la ley. Vayamos más allá, como lo hizo Jesús. Vayamos más allá de la ley.

Demos algunos pasos más en nuestro día sagrado para encontrar a aquellos que más nos necesitan. Sentémonos a la mesa con quien es considerado impuro y pecador. La misericordia nunca se comporta como enemiga de la justicia. Puede incluso parecer que Jesús está fuera de la ley, pero la misericordia no es enemiga de la justicia, de la norma. Sino que revela el comportamiento de Dios, que siempre ofrece una nueva oportunidad al pecador para que se convierta y viva.

La persona está en primer lugar. Jesús siempre puso el ser humano en el centro, dándole lo mejor, que es el amor de Dios; revelando la regla principal, que es el amor a Dios y el amor al prójimo. Porque quien ama a Dios y ama al prójimo, ha cumplido plenamente la ley.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!