Necesitamos dejar que la Palabra crezca en nosotros, porque sino dejarnos crecer, no vamos coger frutos
“Cuando uno oye la palabra del Reino y no la interioriza, viene el Maligno y le arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Ahí tienen lo que cayó a lo largo del camino” (Mt 13, 19).
Escucha, con mucho atención, el Evangelio de hoy, porque, en realidad, es la explicación de la parabola de la semilla de la Palabra de Dios. Esta va ser sembrada en nuestros corazones por varios medios: en la liturgia, en la Misa, en los sacramentos, en los medios sociales, por medio de los aplicativos, en los medios de comunicación, en las radios.
¿De que forma esta Palabra cae en nuestro corazón, y necesitamos parar para rever nuestra vida? Muchas veces, la Palabra es sembrada y nosotros escuchamos, pero no la comprendemos. En lugar de buscar comprenderla, meditala, dejar que Dios hable a nuetsro corazón, quedamos en la incomprensión, parar en las dificultades, y el maligno, de una forma astuta, roba la Palabra de nuestro corazón.
Él roba la Palabra de Dios de nuestro corazón, especialmente, porque somos personas distraídas, sin atención, o el foco de nuestra atención no se vuelve enteramente para la Palabra, pero para otras preocupaciones. Hasta recibimos la Palabra con alegría, pero es como se nos habla el Evangelio: “Apenas sobreviene alguna contrariedad o persecución por causa de la Palabra, inmediatamente se viene abajo” (Mt 13, 21), pero el peor es cuando la Palabra cae en nuestro corazón y, movidos por las ilusiones del mundo, iludidos por los gustos de la vida, dejamos que la Palabra sea sofocada.
La Palabra sofocada no crece y la semilla sofocada no da frutos. ¿Por que la Palabra de Dios no produce frutos en nuestra vida en muchas situación? Porque ella no es acogida con la debida estima, consideración y atención que necesita ser.
Si queremos ser transformados por Dios, la Palabra de Él, pequeña, crece y tiene el poder de transformar. Necesitamos dejar que ella crezca en nosotros, porque si no la dejaremos crecer, no vamos coger los frutos, para que nuestra vida sea transformada.
Pide a Dios: “Señor, abre mi corazón, mi mente y comprensión, para que Tu Palabra crezca en mí y produzca muchos frutos”.
¡Dios te bendiga!