“Felices los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,3).
Celebramos todos los santos en este domingo festivo. En una solo solemnidad, la Iglesia nos da la gracia de celebrarnos la multitud: los profetas, los mártires, los patriarcas, las vírgenes, los confessores, los hombres y las mujeres que participan de la Igelsia Triunfante.
Cuando nos referimos a todos los santos, estamos diciendo que son todos, mismo aquellos santos que no fueron oficialmente canonizados. Pero la multitud que participa de la gloria de Dios es tan inmensa que, en una solo fiesta, celebramos la más bella realidad de la existencia: la santidad, participar de la gloria eterna, participar de la vida bienaventurada y feliz que Dios preparo para nosotros.
La oración es el medio para llegar a la santidad que necesitamos vivir
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Dios no preparo el infierno para nosotros, es la peor de las consideraciones que se pueda hacer, pues Dios es bueno y en Él solo hay bondad. La bondad de Dios es reflejo de su propia santidad, porque Dios es santo. Es la santidad que nos acerca de Él, es la santidad que nos pone junto de Él. Renegar la santidad para vivir una vida diabólica, pecadora e infernal es elegir el camino que se opone a la vida en Dios. Fuimos creados para el Cielo, somos creados para la santidad, fuimos creados para estar juntos de Dios, porque somos hijos de Él.
Solo no vive para siempre con Dios quien reniega su condición de hijo de Él. Cuando asumimos que somos hijos de Dios, somos aquel hijo: tal padre, tal hijo; es el hijo que busca vivir, en su vida, aquello que su padre es. Mi Padre es santo, e yo necesito realmente reflejar en mi vida lo que Él es y la forma como Él me creo a Su imagen semejanza. Lo que me hace ser la imagen de Dios es resplandecer Su santidad de los actos, de las virtudes, es la santidad del empeño, es la santidad de la búsqueda. Tenemos los medios, y el principal de ellos es la oración, pero la oración es el medio para llegar a la santidad que necesitamos vivir, es la oración que nos forma, que nos abastece y nos mantiene empeñados en la lucha.
Oración tiene que ser acompañada de las obras y de las virtudes, es por eso que el Evangelio de hoy nos apunta el camino del desprendimiento, y el corazón de este mundo se convierte más para las cosas de Dios.
Un corazón que es puro, manso, misericordioso y pacifico, es un corazón que resplandece las virtudes de Dios, es un corazón que muchas veces sufre de una forma injusta por los males y por los maldosos de este mundo, pero sabe vivir la justicia, tiene sed de ella, practica y jamás comete la injusticia contra su prójimo. Estos son felices, son bienaventurados. Dios nos llama a vivir las bienaventuranzas eternas, porque es en el Cielo que el Señor nos espera. Allá ya están los santos que nosotros amamos, en los cuales clamamos y suplicamos por su intercesión. La primera de ellas es la bienaventurada Virgen María; allá esta su padre o su madre que ya han fallecido, pero que vivió un grado de vida abnegada y dedicada a Dios. Allá están muchos hombres y mujeres que aquí ya pasaran, y que participan de bienaventuranza; ellos están nos llamando para que sigamos ese camino y no nos perdamos en el camino de la vida.
¡Dios te bendiga!