La responsabilidad de nuestras acciones
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que se vestía con ropas finas y elegantes y hacía fiestas espléndidas todos los días. Un pobre, llamado Lázaro, lleno de llagas, estaba en el suelo a la puerta del rico. Él quería matar el hambre con las sobras que caían de la mesa del rico. Y, además, venían los perros a lamer sus llagas. Cuando el pobre murió, los ángeles lo llevaron junto a Abraham. Murió también el rico y fue sepultado” (Lucas 16,19-22).
El Juicio Final y la urgencia del presente
Hoy es domingo, día del Señor y de participación en la Santa Misa. Es día de vivir, con el corazón alegre y abierto, junto con toda la familia, el santo sacrificio de la misa. Entonces, aprovecha para enviar esta reflexión a aquellos que tengas en mente hoy, para que también vivan bien este domingo, día del Señor.
La parábola que leemos nos muestra que, después de la muerte, no hay posibilidad de arrepentimiento. Curiosamente, al final del texto, que se refiere al pobre Lázaro, cuando este murió, los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Por otro lado, cuando murió el rico, el texto solo dice que fue sepultado, sin añadir nada más. Dos cosas quedan claras: las decisiones tomadas en vida sellan el estado del alma y la importancia de escuchar las leyes y los profetas, como guía para nuestra vida moral.
Para nosotros, es el Evangelio el que definirá nuestra vida en la eternidad. No hay después, ¡es ahora! Entonces, necesitamos elegir el cielo, porque si no lo elegimos, después no seremos elegidos.
La elección que define
La parábola, hermanos y hermanas, expresa una verdad moral y teológica: la responsabilidad humana y la seriedad del juicio final. El juicio final es real, Lázaro y el rico representan a la humanidad. No sé quiénes somos hoy, si estamos más cerca de Lázaro, que murió y fue llevado por los ángeles, o del rico, que murió y fue sepultado. Es necesario vivir en este mundo como alguien vocacionado para el cielo, eligiendo las cosas correctas, teniendo un comportamiento moralmente digno de merecer la vida eterna en comunión con Dios.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!