En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si alguno te obliga a andar una milla, ve con él dos; al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda” (Mateo 5,38-42).
La fuerza que cambia el mundo
Hermanos y hermanas, en el día de hoy, la liturgia nos enseña que nuestra verdadera fuerza, en realidad, reside en el hecho de no imponer nuestra voluntad o nuestra fe sobre la voluntad de los demás. Nuestra verdadera fuerza está en la acción del Espíritu Santo, que actúa en nuestro corazón y nos transforma, y también en el corazón de aquellos por quienes intercedemos.
La fuerza que cambia el mundo, la fuerza que nos convierte, es la fuerza del Espíritu Santo. Pienso que esta es una primera enseñanza que recogemos de la liturgia de este día; entonces, aprendamos a crear espacio para neutralizar el mal en nuestra vida, rompiendo el ciclo y la lógica de pagar mal por mal.
Una realidad mala, hermanos y hermanas, ya está corrompida en su raíz; y todas las veces que nos dejamos conducir por el mal, también nosotros nos corrompemos.
Jesús nos enseña, en el Evangelio de hoy, que pagar mal por mal es entrar en la misma dinámica destructiva del mal, y ese no es nuestro objetivo, no es el objetivo de nuestra vida.
Los corazones que no están corrompidos no se dejan llevar por el deseo de venganza ni por el impulso de pagar siempre con la misma moneda. Los corazones no corrompidos viven la mansedumbre, porque el mismo Jesús ya dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”.
Nuestro modelo y referencia es siempre Jesús, es Cristo mismo, que se ofreció por nosotros amándonos hasta la muerte, y muerte de cruz. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
Jesús nos amó ofreciéndose por nosotros. Que así sea también en nuestra vida.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!