“En aquel tiempo, los judíos discutían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Juan 6, 52-59).
Sustancia y accidente
La pregunta de los judíos… ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Me pongo en el lugar de los judíos, me pongo en su piel, porque no era una afirmación fácil de aceptar.
Incluso imaginar a alguien comiendo la carne de otra persona ya nos causa horror. No sé si usted conoce, por casualidad, la historia de aquel equipo de rugby de Uruguay, que sufrió un accidente mientras volaban en los Andes camino a Chile. Era un invierno muy riguroso, más o menos en la década de los 70, y cayeron en una montaña a 4 mil metros de altura.
En aquel accidente, 29 personas murieron, 16 sobrevivieron. Y uno de los sobrevivientes relató lo siguiente: “Teníamos que esperar el verano, al fin y al cabo…”
¿Cómo íbamos a atacar la montaña sin ningún equipamiento? Guantes, pantalones especiales, chaquetas… Los mejores alpinistas mueren en mejores condiciones. No teníamos ninguna posibilidad. Todavía faltaban dos meses para que la temperatura empezara a aumentar. Para esperar el verano, teníamos que comer. Y lo único que había para comer eran los cuerpos de nuestros amigos.
En aquel momento, los sobrevivientes hicieron un pacto de vida. Fuimos los primeros donantes conscientes de nuestro cuerpo. Si uno de nosotros moría, pactamos que los otros comerían su cuerpo para que, al menos, alguien saliera vivo y pudiera decir a las familias que lo único que importaba era abrazarlos.
La película, inclusive, que narra esta historia se llama ‘La Sociedad de la Nieve’.
Quise contar este episodio solo para decir que Jesús no quería el canibalismo, no se trata de eso.
Pero lo conté por el gesto de personas que amaron hasta el punto de darse como comida a sus amigos.
Son dos conceptos interesantes para explicar esta realidad de la afirmación de Jesús, sobre los que Santo Tomás de Aquino reflexionó a partir de Aristóteles, que son los conceptos de sustancia y accidente.
Sustancia: es algo en su realidad más profunda, “Sub stare”, es decir, lo que no aparece. El ser escondido, en verdad, demuestra esa sustancia.
Ya el accidente es la parte externa, aquello que vemos, la materialidad. En sustancia es Jesús, escondido externamente, en las materias del pan y del vino.
No es algo simbólico. Es Jesús en el pan y en el vino, alimento para nuestra alma. Por eso la afirmación de Jesús a los judíos: Aquel que no coma la carne del Hijo del hombre y no beba de su sangre, no tendrá la vida en él.
¡Necesitamos alimentarnos de Jesús, sustento de nuestra alma!
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!