“En aquel tiempo, Jesús estaba a la orilla del lago de Genesaret, y la multitud se apiñaba a su alrededor para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas paradas a la orilla del lago. Los pescadores habían desembarcado y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, pidió que se alejara un poco de la orilla. Después, se sentó y desde la barca enseñaba a las multitudes. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Avanza a aguas más profundas y echad vuestras redes para pescar”. Simón respondió: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada, pero en atención a tu palabra, voy a echar las redes” (Lucas 5,1-11).
Esta es la Iglesia de Cristo
Muy bien, hermanos y hermanas, hoy es el quinto domingo del tiempo ordinario, y estamos celebrando el día del Señor. Y el texto, muy oportuno para nuestra meditación de hoy, es este texto del Evangelio que acabamos de escuchar de Lucas en el capítulo quinto.
La barca de Pedro es el personaje principal, digámoslo así. Esto porque la barca es una de las imágenes principales, con la cual podemos, de alguna forma, intentar comprender el misterio de la Iglesia.
Existen algunos elementos en el texto que nos ayudan a entender esto.
Jesús sube a la barca de Simón. El texto dice que había dos barcas, y él escogió la barca de Simón. Jesús quiso la Iglesia. Ella nació del deseo del propio Cristo. El fundador de nuestra Iglesia es Jesucristo.
Una multitud apretaba a Jesús. La Iglesia no es una multitud sin nombres, la Iglesia es el pueblo de Dios, cada bautizado, llamado por su nombre, a integrar este edificio que tiene a Cristo como fundamento. Jesús se sienta y comienza a enseñar.
La Iglesia es educadora de la fe, es maestra de las verdades divinas reveladas. La Iglesia transmite aquello que recibió del propio Maestro. Ella no posee su propia verdad, sino la verdad revelada por Cristo. Por eso el munus de enseñar puede atravesar siglos, pero se mantendrá siempre intacto y fiel. Porque la verdad de la Iglesia es la verdad de Cristo.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Avanza a aguas más profundas”. La Iglesia envía a sus hijos a adentrarse en las realidades más tenebrosas del mundo para, allí, plantar una palabra de esperanza en el corazón de todos aquellos que se abran a esta gracia divina.
Pedro responde: “Hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada, pero, en atención a tu palabra, echaremos la red”. La Iglesia es obediente a la voz de su Señor. Ella también comporta lo inexplicable, lo ilógico; ella suscita en sus hijos un abandono total en las manos de Dios, que es quien conduce toda la historia de la humanidad.
Al ver la cantidad de peces, Simón dice: “Aléjate de mí, porque soy un pecador”. La Iglesia puede incluso ser pecadora en sus miembros humanos que la componen, y esto, muchas veces, puede causar ironía, antipatía y escándalo. Pero ella es, sobre todo, santa, y esto causa amor, admiración, edificación y una vida virtuosa.
Esta es la Iglesia de Cristo a la cual pertenecemos.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
