“En aquel tiempo, Jesús llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Les recomendó que no llevaran nada para el camino, sino solamente un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en el cinto” (Marcos 6,7-13)
Enviarlos de dos en dos
Hermanos y hermanas, Jesús comenzó a enviarlos de dos en dos, a enviar a sus discípulos, dice el texto. Este es el método por excelencia utilizado por Él.
Voy a enfatizar esto: “enviarlos de dos en dos”, porque, en el seguimiento de Cristo, no hay lugar para el heroísmo personal, sino que el apostolado debe realizarse a través de las relaciones fraternas que sustentan el apostolado, que dan credibilidad al anuncio del Evangelio.
El Evangelio solo es creíble cuando se nota su capacidad de formar la familia de Dios, porque, si no hay creación de una fraternidad sólida, no existe un espejo de la Santísima Trinidad en las relaciones humanas.
No me refiero estrictamente al ambiente eclesial, ya que es muy fácil saludar a nuestros hermanos en la Iglesia, en el abrazo de la paz, en una confraternización del grupo… Todo eso es muy fácil, pero existen otras relaciones de nuestra vida social en las que necesitamos testimoniar que tenemos un Padre nuestro y que somos hermanos de todos.
La polarización aún reina en muchos ambientes que frecuentamos; hay tanta gente que, por cuestiones políticas, religiosas, color de piel, orientación sexual, hace un verdadero infierno en la vida del prójimo.
Olvidan completamente que, en cada ser humano, está estampada la imagen de Dios. ¡Cuánta mezquindad en nuestros corazones! ¡Cuánta pretensión de nuestra parte creernos más santos que los demás!
Es interesante que, justo después de este envío de dos en dos, dice el texto, Jesús les confiere poder sobre los espíritus impuros.
El exorcismo del mal es la comunión entre los hijos de Dios. Diablo, por su propio nombre, es aquel que divide, que odia la unión, la concordia, el amor fraterno. No se puede expulsar el mal odiando a las personas, calumniando y hablando mal de los demás.
Que Cristo nos ayude a amar a nuestros hermanos y a construir juntos su reino, de dos en dos, así como Él hizo con sus discípulos.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!