“En los días de Herodes, rey de Judea, vivía un sacerdote llamado Zacarías, del grupo de Abías. Su esposa era descendiente de Aarón y se llamaba Isabel. Ambos eran justos delante de Dios y obedecían fielmente a todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran ya de edad avanzada. Después de que terminó sus días de servicio en el Santuario, Zacarías volvió a casa. Algún tiempo después, su esposa Isabel quedó embarazada, y se ocultó durante cinco meses. Ella decía: «Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, en los días en que se dignó librarme de mi humillación pública»” (Lucas 1, 5-25).
Entrar en el templo de Dios
Hermanos y hermanas, hoy es día de contemplar la trayectoria de Zacarías y de Isabel.
La Navidad no llegó solo para María y para José. De hecho, para los dos personajes de hoy, la Navidad llegó seis meses antes. La llegada de Jesús involucra a otras personas, otras familias, diferentes lugares. El misterio de la Navidad no coincide con una caja de regalo. El misterio de Dios manifestado en Cristo no está preso simplemente a Él, a María y a José. Tiene dimensiones tan amplias, que nuestra cabecita, muchas veces, no consigue abarcar. Y, muchas veces, somos sorprendidos por las maravillas de Dios.
Bien, Zacarías e Isabel, ambos de edad avanzada, e Isabel con el agravante de la esterilidad. Ambos también, dice el texto, eran justos delante de Dios y obedecían fielmente a todos los mandamientos y órdenes del Señor.
El ser temeroso de Dios no les ahorró a ambos aprender a entrar en el tiempo de Dios en su modo de hacer las cosas. Zacarías estaba acostumbrado a entrar en el templo de Dios, pero, ahora, necesitaba aprender a entrar en el tiempo de Dios. No siempre las gracias vienen en nuestro tiempo y de nuestro modo. Es necesario saber esperar, y es necesario esperar en Dios.
Isabel vivía una humillación pública, dice el texto, porque la maternidad era señal evidente de la bendición de Dios, y lo contrario era señal de castigo y punición divina. Zacarías, seguramente, se sentía humillado igualmente, él ejercía funciones sacerdotales en el templo, era el hombre del culto a Dios volviendo a casa con las manos vacías durante muchos años. ¡Qué humillación vivía este hombre!
Un día, fue sorteado para entrar en el santuario, en esa parte sagrada, la más sagrada del templo, y hacer allí la ofrenda del incienso.
Nuestra vida con Dios no es un juego. Estamos ahora próximos a la llamada “mega-sena de la vuelta (juego)”, que es muy famosa. Nuestra vida con Dios no es esa lotería.
Las gracias no llegan a nosotros como por arte de magia.
Importa caminar en la presencia de Dios como hijos. Nunca perder la mirada en Dios que cuida de nosotros y hará siempre lo que sea mejor para nuestra salvación.
Juan Bautista, hijo de la pareja, podría haber llegado mucho antes, pero en Dios no existe el “Si”.
En Dios solo existe lo que nos es dado, porque es fruto de la sabiduría divina, la cual conduce todo y a todos para la realización de un proyecto mucho mayor y mucho mejor que el nuestro.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
