“Sin embargo, es necesario que hoy y mañana y pasado mañana siga mi camino; porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lucas 13, 33).
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¿Por qué, hermanos míos? Porque Jerusalén es el lugar donde Jesús debía pasar, sufrir, ser entregado en manos de los hombres para nuestra salvación. Jesús reafirma su fidelidad al mandato recibido del Padre: anunciar el tiempo de la salvación definitiva. No hay otra salvación por la que debamos esperar. Ya se ha hecho realidad entre nosotros. Basta con que tú y yo, ahora, asumamos esa gracia.
No huir de Jerusalén
Jesús asumió su mandato, no huyó de la cruz, no huyó de Jerusalén; sabía quién iba a matarlo, sabía quién estaba tramando su muerte. Una persona consciente, inteligente y astuta, ¿qué haría? Si sé que alguien quiere matarme, y sé dónde está, entonces voy a atajar, voy a ir por otro camino. Pero Jesús abrazó el mandato de Dios: salvar a la humanidad, dar la vida por todos nosotros. Y Jesús, entonces, fue al encuentro de Jerusalén.
¿Tendremos nosotros esa misma fidelidad de Jesús, de hacer la voluntad de Dios, de no huir de nuestro compromiso cristiano? Seremos interpelados, puestos contra la pared para probar si somos cristianos de verdad o no. Y cuando llegue ese momento, ¿tendremos esa fidelidad de Jesús? Por eso, hermanos míos, la expulsión de los demonios, las curaciones que realizó Jesús son señales de esa salvación ya presente entre nosotros.
Lucas nota cómo Jesús es consciente. Tú y yo necesitamos ser conscientes de que también nosotros iremos al encuentro de la muerte como fue Jesús, una muerte cruenta. La suerte de los discípulos y de los cristianos de hoy es la misma suerte del Maestro.
Termino diciendo que Jesús anuncia la ruina material que sería destruida por los romanos, pero también trae algo mucho más importante, la ruina espiritual, pues, al rechazar a Jesús, no acogemos la realización de sus promesas.
Es necesario acoger, es necesario adherirse a Cristo, porque en Romanos, capítulo 11, versículo 29, dice así: “Verdaderamente, los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables”. El llamamiento de Dios es para nosotros algo permanente, que basta con que tú y yo lo asumamos.
Jesús asumió y reafirmó su fidelidad a Dios y al mandato del Padre: salvar a la humanidad, para que así tú también puedas vivir y realizar la voluntad de Dios.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!