“¿A qué es semejante el reino de Dios, y con qué lo compararé? Es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su huerto; y creció, y se hizo árbol grande, y las aves del cielo anidaron en sus ramas. Y volvió a decir: ¿A qué compararé el reino de Dios? Es semejante a la levadura, que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo hubo fermentado” (Lucas 13, 18-21).
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Es interesante que Jesús compare el reino de Dios con una pequeña semilla de mostaza que, al crecer, se convierte en algo frondoso. Y la levadura también es invisible. No podemos percibir cuando se pone la levadura en la masa, ¿verdad? Me gusta cocinar, hago pasteles, hago pan.
Pero cuando se pone la levadura en la masa, no se nota su acción para hacerla leudar, es decir, crecer.
Crecer en el movimiento de la gracia
Así, hermanos míos, es nuestra vida en Dios, nuestra vida cristiana. El reino de Dios ya está instaurado entre nosotros. El propio reino de Dios es Cristo, que viene a traernos la salvación. Y por eso el Señor invita a todos los hombres y mujeres a tener paciencia, a tener esperanza. Porque cuando se planta la semilla, se trabaja la tierra. Se va allí, no se trata de regar, se necesita, no se trata de la luz del sol. Pero el agricultor no se queda mirando si la semilla va a crecer o no. Tiene paciencia y esperanza de que esa semilla que ha plantado y por la que ha hecho todo lo adecuado para que crezca, crecerá en el tiempo de Dios. Así es el reino de Dios. La palabra de Dios es esa semilla. La palabra de Dios es esa levadura.
Si abrimos el corazón y dejamos que esa semilla llegue a nuestro corazón, será como la semilla de mostaza y la levadura. Sólo tenemos que tener paciencia. Sólo tenemos que tener esperanza. El reino de Dios crecerá dentro de nosotros. Y esa es la gracia, hermanos míos.
Puedo decir que a mí me pasó el 27 de septiembre del año 2000. Cuando tenía 17 años, les dije a mis amigos que me invitaban a ir a la misa de jóvenes sólo para estar con las chicas: “Cuando vaya a la Iglesia, será para no salir más. No quiero seguir viviendo esta realidad”.
Dios grabó eso en mi corazón. Y el 27 de septiembre de 2000, fui a un grupo de oración. La palabra de Dios fue predicada, fue sembrada en mi corazón, y sólo tuve que tener paciencia.
Hoy soy sacerdote, soy fruto de ese reino de Dios que cada día crece más dentro de mí, y ahora dentro de mi sacerdocio. Tengamos esperanza y tengamos paciencia.
La Palabra de Dios que ha sido sembrada crecerá cada vez más en nuestros corazones y dará muchos frutos.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!