“Por eso la sabiduría de Dios también dijo: Les enviaré profetas y apóstoles; y de ellos, a unos matarán y a otros perseguirán, para que se demande de esta generación la sangre de todos los profetas que se ha derramado desde la fundación del mundo” (Lucas 11, 49-50).
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Hoy celebramos a San Ignacio de Antioquía. Aprendemos de él a honrar nuestra verdadera identidad: hijos de Dios. Como hijos, debemos comportarnos como tales. San Ignacio nos enseña que somos hijos de Dios y ciudadanos del cielo, y debemos vivir como moradores de esa patria.
Él, que fue llevado en la tumba de los leones para ser torturado por los monstruos, se puso como un gran hombre de Dios, como un hijo de Dios. Guardo su fe, su testimonio, persevero en el dolor, en el sufrimiento, en la persecución. Muchos hoy tienen miedo vivir así. ¿Por que? Porque, al vivir y estar como hijo de Dios, es necesario renunciar, vivir en total abnegación a Él, es renunciar a los valores del mundo, en lo que Él nos propone. Solo quien reconoce su filiación a Dios y vive como hijo puede dar ese testimonio verdadero y autentico.
La vida de Dios en nosotros
Hermanos míos, ¿cómo se comportan ustedes ante una sociedad donde el poder, la soberbia, el orgullo y el pecado reinan de forma tan profunda? ¿Cómo me comporto yo?
Como San Ignacio de Antioquía, que honró su fe, su identidad de hijo de Dios, ¿cómo hemos vivido nosotros esto?
La santidad de Ignacio fue verdadera y auténtica porque él fue fiel a la Palabra de Dios. Fue fiel a lo que el Evangelio nos pide: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
San Ignacio vivió esta verdad profundamente y fue coronado con la gloria eterna. Fue masacrado por los leones por negarse a rendir culto a los dioses romanos, a los dioses paganos. Nosotros también seremos llevados a situaciones semejantes. ¿Cuál será nuestra respuesta de fe ante todo esto?
Que San Ignacio de Antioquía nos ayude a perseverar en el amor de Dios y en esta fe que nos lleva a la vida eterna, a lo que es esencial.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!