“Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos. Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal” (Lucas 11, 1-4).
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Amados hermanos y hermanas, Jesús está con Sus discípulos para enseñarles a orar. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que la oración es indispensable, necesaria y vital.
La confianza en el Padre que provee todas las cosas
La oración es indispensable, necesaria y vital para que estemos fortalecidos, a fin de vencer toda tentación del mal, toda tribulación, enfermedad, dificultades financieras, en fin, toda dificultad que podamos estar enfrentando.
Jesús nos enseña a rezar justamente para que tengamos confianza solamente en Él. Jesús nos enseña el Padrenuestro justamente porque es la oración de la confianza en el Padre que provee todas las cosas. Cada petición que hacemos en el Padrenuestro demuestra esa confianza en Él.
Jesús, hermanos míos, quiere enseñarnos que, en cualquier lugar, a cualquier hora, podemos rezar. Y eso, como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, es verdad. Podemos rezar en el supermercado, mientras cocinamos, mientras caminamos en bici. En fin, todo tiempo es tiempo de rezar.
San Juan Crisóstomo también nos garantiza que aquel que reza, aquel que está en oración, jamás volverá a la esclavitud del pecado. Por eso Jesús insiste con Sus discípulos en esta realidad.
Al ver a Jesús rezar, uno de los discípulos se da cuenta de que no sabía rezar y suplica: “Señor, enséñanos a orar”. Entonces, Jesús enseña el Padrenuestro. La oración de Jesús, como sabemos, comienza invocando al Padre. ¿Por qué al Padre? Porque allí está su puerto seguro. Percibimos que, en todo momento de la vida de Jesús, Él se dirige al Padre.
Hermanos míos, así es como Lucas expresa la ternura, la voluntad y el deseo de Jesús, que es Dios, pero también hombre, hijo, y que necesita del cuidado del Padre. Jesús nos introduce en esa relación con Dios, caracterizada por la confianza, semejante a la de un hijo que se dirige al Padre, como un niño que se siente amado.
Llamando a Dios “Padre”, nosotros también, hermanos míos, haremos lo que Jesús hacía: nos entregaremos, nos abandonaremos en Él, no temeremos ninguna tribulación que podamos enfrentar. Clamemos al Padre, clamemos por Su misericordia, clamemos por Su amor, clamemos por Su atención para nosotros. Es así como Jesús enseña a Sus discípulos. Jesús es un hombre profundamente unido al Padre, está totalmente en comunión con Él.
Y si así vivimos, hermanos míos, no perderemos nuestra paz, no perderemos nuestra alegría, tampoco perderemos nuestra confianza. Nuestra confianza está en Él, que hizo el cielo y la tierra.
Y así queremos caminar en nuestra vida con Dios, en total disponibilidad para vivir la fe. La fe que nos lleva a la confianza, la fe que nos lleva a la esperanza, y la esperanza que nos lleva a una vida de oración íntima y profunda con Dios.
Que Dios nos bendiga, que Él nos guarde de todo mal y que Él pueda producir en nosotros siempre frutos de santidad y de amor.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!