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Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo, por siempre sea alabado.
El Evangelio según San Lucas, capítulo 10, versículos del 17 al 24.
Escuchemos lo siguiente:
En aquel día, el Señor dijo a sus discípulos: «Alégrense, porque sus nombres están escritos en el cielo». Palabra de la salvación, gloria a ti, Señor. Lucas 10,20
Amados hermanos y hermanas, esta palabra de Jesús para nosotros hoy, nos enseña justamente aquello que debemos buscar. Una vida comprometida en hacer la voluntad de Dios, para que nosotros también podamos escuchar del Señor aquello que dijo a sus discípulos: “Alégrense, porque sus nombres están escritos en el cielo”. Y por eso, hermanos míos, los 72 discípulos regresan llenos de alegría, regresan llenos de entusiasmo, porque expulsaban demonios, curaban enfermos, pero Jesús les dijo: eso no es lo esencial, lo esencial es su alegría.
Debemos ser felices
Y en el tema tratado, hermanos míos, tenemos dos secciones, ligeramente diferentes, pero unidas.
La primera, el lugar de la misión, considerada por los 72 discípulos como una victoria en la lucha contra el demonio.
La segunda, la victoria sobre Satanás, que evidencia nuestra capacidad de vencer el mal que hay en el mundo. Y por fin, somos llamados a ser felices. Es aquí donde debemos enfocarnos. No porque el demonio obedece, no porque Dios nos dio autoridad, no, sino que debemos ser felices no por eso, sino porque tenemos un lugar en el Reino de los Cielos. Y porque nuestros nombres están escritos allí.
Y en tercer lugar, el Evangelio hace notar que son en los pequeños, es decir, solamente aquellos que tienen un corazón de niño, que están abiertos al misterio, ¿verdad?, de la verdad de Jesús. Finalmente, Jesús alaba el don concedido a los pequeños.
¿Y por qué Jesús nos enseña esto? Porque de lo contrario, podemos vivir en el orgullo, la vanidad, la soberbia, y eso va a ofuscar aquello que son, ¿no es así?, nuestros objetivos: la santidad, la vida eterna y la comunión con nuestro Señor. Y por eso, hermanos míos, es en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo que debe estar irradiada, ¿no?, erradicada nuestra vida en Dios. Porque, hermanos míos, es la fuerza, ¿no?, de la humildad la que destruye el mal. No es nuestra soberbia, no es nuestro orgullo, no es nuestra vanidad.
De lo contrario, hermanos míos, no seremos hombres felices, sino tristes, porque no estamos haciendo la voluntad de Dios. Que Dios les dé la gracia de ser hombres y mujeres que hacen, ¿no es?, la voluntad de Dios. Y que esto lo puedan llevar a su vida, a su familia, a su casa y a su trabajo. Sean felices porque sus nombres están escritos en el Reino de los Cielos.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!