“En aquel tiempo, Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es. Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Marcos 9, 38-43).

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Mis hermanos y hermanas, ¡hoy es domingo, día del Señor! Y el texto nos presenta este pasaje del Evangelio que llama la atención. ¿Notaron la entonación que usé? “Él no nos sigue”. Los discípulos eran muy pretenciosos al creer que las personas debían seguirlos a ellos y no a Cristo. Pero el exclusivismo nunca fue una característica de Jesús. Ni siquiera Moisés, en el Antiguo Testamento, tuvo exclusividad.

Si revisan el texto de la primera lectura de hoy, de este domingo, encontrarán lo que estoy diciendo: “El Señor retiró un poco del espíritu que poseía Moisés y se lo dio a los 70 ancianos. Incluso sobre los dos que no estaban en la tienda, el espíritu reposó”.

Es importante dejarse usar por Dios

No podemos pretender circunscribir la acción de Dios solo a donde nosotros pensamos que Él debe actuar o puede actuar. Es importante dejarse usar por Dios.

Nuestra Iglesia tiene todos los medios necesarios para nuestra salvación. Por eso, usémoslos y ayudemos a las personas a encontrarse con Cristo. Tenemos la Eucaristía, tenemos la confesión, tenemos los demás sacramentos, tenemos la Palabra de Dios, tenemos el ministerio ordenado, tenemos todos los medios para nuestra salvación.

No nos corresponde a nosotros opinar sobre otras experiencias eclesiales. ¿Quiénes somos nosotros? Si Dios actúa allí, ¡bendito sea Dios! No soy yo quien debe juzgar si este o aquel grupo está hablando en nombre de Dios. Lo importante es que yo asuma mi papel como bautizado, confirmado, como discípulo de Jesús.

Soy yo quien no puede causar escándalo a mis hermanos, comportándome de manera contraria al espíritu que recibí de Dios.

Si hemos recibido el Espíritu Santo, seamos entonces santos, porque Dios es santo.

¡Vamos a evangelizar! Anunciemos a Cristo a las personas y dejemos que otros hagan lo mismo dentro de su realidad. A nosotros nos importa evangelizar en nombre del Señor.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!