“En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. ” (Mt 13, 44-46).
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Hoy celebramos a Santa Rosa de Lima, patrona de América Latina. En este Evangelio, encontramos una evocación de la grandeza del Reino de los Cielos, comparado a un tesoro escondido. Cuando alguien lo encuentra, vende todo lo que posee, pues nada más tiene valor, ni siquiera todos los reinos de la tierra. Al fin y al cabo, ha encontrado un gran tesoro: el Reino de los Cielos. El deseo de quien lo ha encontrado es venderlo todo para quedarse con ese tesoro. Se marcha lleno de alegría, pues desprenderse de todo para encontrarlo es motivo de felicidad.
Ha encontrado, en efecto, el verdadero “todo” – el Reino de los Cielos. Este es el verdadero “todo” para nuestra vida. Aquí encontramos una parábola, una analogía. No siempre en la vida encontraremos un tesoro escondido en un campo. Pero el Reino de los Cielos, ese tesoro, nos alcanza cada día. Nos alcanza también ahora. Que el Señor nos conceda la gracia de alegrarnos al desprendernos de todo lo que nos impide alcanzar el Reino de los Cielos, de todas las realidades, de todo lo que nos causa un apego excesivo a las cosas terrenales, a las realidades carnales.
Un tesoro de alegría y paz
Desprendámonos de esos apegos y hagamos la elección por el Reino de los Cielos. Hemos visto que el Reino de los Cielos también es comparado a un comprador que busca perlas preciosas. Cuando encuentra una perla de gran valor, vende todo lo que posee, pues quiere quedarse con ella.
El Reino de los Cielos es un gran tesoro, una piedra preciosa que encontramos. Quizás la hayas encontrado hace poco tiempo, quizás la hayas encontrado hace ya mucho tiempo. Pero, aún así, que tu corazón tenga la decisión de desprenderse, desapegarse para quedarse solo con Dios, para preferir siempre su voluntad, para preferir siempre hacer lo que Él desea, lo que viene del corazón de Él.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!