“En aquel tiempo, dijo Jesús: He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra”. (Mt 13, 1-9).

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Mis hermanos y hermanas, la superficialidad, el entusiasmo pasajero, la idolatría de los propios intereses y el buen corazón. ¿En cuál de estos terrenos de tu alma caen las semillas de la Palabra de Dios? Porque esa es la pregunta que el Evangelio nos deja. La Palabra de Dios se siembra en nuestro corazón. ¿Pero qué terreno le ofrecemos a la Palabra de Dios? ¿Cuántas veces la recibimos sin dejarla llegar a lo profundo de nuestro ser?

Deja que la Palabra de Dios transforme tu vida

Primer terreno: superficialidad. ¡Cuántas conversiones superficiales se deshacen de la noche a la mañana por esa superficialidad con la que acogemos la Palabra de Dios en nuestra vida! Luego, ¡cuántas veces recibimos la Palabra sin constancia y sin un caminar permanente! Sólo expresamos ese entusiasmo inicial que llamamos “fuego de paja” en el lenguaje popular. Pero rápidamente se desvanece por nuestra falta de compromiso, nuestra valentía para asumir compromisos definitivos, nuestra entrega a la propuesta de Cristo. Y dejamos el camino atrás.

¿Cuántas veces también recibimos la Palabra de Dios en medio de nuestros intereses personales? La Palabra de Dios se vuelve solo una cosa más. Nuestros otros intereses terminan sofocando la voz de Dios y acabamos por privilegiar los comportamientos de la vida vieja y esa mentalidad mundana, asumiendo hipócritamente sólo la apariencia de personas santas y devotas.

Pero, ¿cuán fructífera sería nuestra vida espiritual si pusiéramos nuestro corazón, nuestra persona, nuestra vida entera a disposición de la Palabra de Dios sembrada en nosotros? Es decir, dejar que Dios haga con nosotros lo que quiera.

Una transformación profunda, una conversión continua, una liberación de todo lo que nos sofoca. Dejar que los frutos de la gracia aparezcan en nuestra vida. Es el terreno del corazón, es la tierra buena donde Dios quiere sembrar Su semilla.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!