“El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (Jn 20,1-2.11-18).
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Mis hermanos y hermanas, hoy, 22 de julio, es el día de Santa María Magdalena. La Apóstol de los Apóstoles, así llamada por la Iglesia. Normalmente, las personas no vuelven a la tumba de un ser querido un día después del entierro. Normalmente, las personas están en casa llorando sobre las pertenencias de aquella persona que se ha ido. ¿Qué decir entonces del gesto de María Magdalena, que, aún de madrugada, va al sepulcro de Jesús?
Un amor que no conoce la palabra muerte. Un amor que no permite que la muerte obscurece todo lo que se ha vivido. Sepulcro quiere decir memorial, que preserva y recuerda la memoria de alguien. Ese es el significado de la palabra sepulcro. Un memorial. Magdalena no quiere dejar morir dentro de ella aquella bellísima experiencia que tuvo con el amor de Jesús. Magdalena no quiere perder el recuerdo del día en que Cristo entró en su vida y expulsó los demonios que la tenían prisionera del pecado.
Magdalena: una mujer eclesial y devota
Magdalena no quiere olvidar aquella mirada que transformó su vida definitivamente. Magdalena fue una mujer que vivió también una profunda comunión con los Apóstoles. El texto de hoy deja muy claro esto. Ella, que es considerada por la Iglesia, como dije, la Apóstol de los Apóstoles, al constatar que el cuerpo de Jesús no estaba en el sepulcro, va inmediatamente a Pedro y a Juan y les cuenta aquello que había sido, aquello que había sucedido.
Qué bello ejemplo de una mujer que sabe su lugar en la Iglesia, que nunca se sintió menos en relación a los Apóstoles, que nunca se arrogó el derecho de celebrar la Eucaristía o confesar y absolver los pecados. Una mujer que solo tiene memoria para las riquezas espirituales de su encuentro con Cristo. Magdalena es una mujer profundamente eclesial. Y eso le rindió el privilegio de ser el primer nombre pronunciado por los labios de Cristo después de la resurrección. El primer nombre que salió de la boca de Jesús resucitado fue María Magdalena.
María Magdalena, enséñanos a amar a Jesucristo como tú Lo amaste, y enséñanos a amar a la Iglesia del Señor.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!