“En aquel tiempo, vino un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza. Otro de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8, 18-22)

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Hermanos y hermanas, es una alegría reencontrarnos en este mes de julio. Mi saludo a todos ustedes que acompañan esta homilía diaria. ¡Es muy bueno estar juntos!

El maestro de la ley quería seguir a Cristo, algo maravilloso. Una respuesta impredecible, pero la primera afirmación de Jesús a él es: el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Él juega limpio. Jesús no ilusiona a nadie. Muchas veces, queremos un segmento de Jesús basado en algunas seguridades, en algunos puntos de apoyo, ¿no es así? En caso de que no funcione con él, yo tengo un plan B en la manga, tengo donde apoyarme.

Jesús es alguien que nos quita las seguridades y nos pone en movimiento. No se puede pretender un seguimiento de Cristo en una vida estática, acomodada y tranquila. Él no puede ser una fuga para nuestros temores y frustraciones de nuestra vida. Es un compañero de viaje, aquel que nos enseña a enfrentar la dureza de la vida con todos sus desafíos y con todas sus alegrías.

El seguimiento que libera

Ni nuestros padres pueden ser usados como muletas para no dar nuestro sí incondicional a Dios. Ese hombre quería sepultar a su padre. Si nosotros no nos aventuramos en el seguimiento de Jesús, serán nuestros padres los que nos entierren un día, porque quien no sigue a Cristo radicalmente ya está muerto. No tiene más vida.

Ya decía una antigua canción que yo me recordaba: “Quien sabe hace la hora y no espera que suceda”. Es justamente eso. Responda, hoy, en su vida, el llamado de Cristo a usted. Sea en lo que sea, sea donde sea. Sea una respuesta ya lista, valiente, audaz, que salga de su corazón hoy. De lo contrario, vamos a pasar la vida toda buscando donde reclinar nuestra cabeza, pero nunca el corazón. Que el Señor nos ayude.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!