“Y orando, no seáis prolijos, como los Gentiles; que piensan que por su parlería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes á ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis. Vosotros pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Danos hoy nuestro pan cotidiano. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos á nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal: porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. Porque si perdonareis á los hombres sus ofensas, os perdonará también á vosotros vuestro Padre celestial. Mas si no perdonareis á los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6, 7-15).
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Ya en el comienzo de este tiempo cuaresmal, nos fue presentado tres elementos importantes que colaboran con nuestro crecimiento, con nuestra conversión. Son ellos: al ayuno, la limosna y la oración.
En estos últimos días, tuvimos la oportunidad de reflexionar sobre el ayuno y la limosna, y hoy la Palabra de Dios nos lleva a reflexionar sobre la oración, que es ese punto tan importante también que nos ayuda a convertirnos a la oración.
El Catecismo de la Iglesia Católica, cuando nos va enseñar sobre la oración, incluso utiliza una frase de Santa Tereza que nos dice que “la oración es ese impulso de corazón, es esa mirada sencilla que logramos para el Cielo, un grito de gratitud y amor, tanto en medio de la tribulación como en el medio de la alegría”.
No podemos vivir sin oración. Si la oración es ese suspirar de alma, quien no reza, el alma muere. ¿Quien es que vivi sin respirar? Nadie consigue vivi sin respirar.
Escuchando nuestra oración, necesitamos confiar que Dios siempre tiene lo mejor para nosotros
La oración que el Señor nos pide es muy sencillo. El Señor no nos pide que gastemos muchas palabras, palabras elegantes, palabras bonitas. ¡No! El Señor desea que recemos con nuestra propia vida, con nuestra sencillez, de nuestra forma, pero que nuestra oración sea ese acto de confianza en Dios, ese acto manifestado por medio de palabras y gestos – incluso nuestra mirada elevada al Cielo se convierte oración –, pero que sea una demostración que tenemos confianza en Dios.
Mis hermanos, Dios siempre escucha nuestra oración, por menor que ella sea, por más sencilla que ella sea, aún que sea ese suspirar. A veces, vivimos situaciones que no conseguimos expresar en palabras, pero, a veces, suspiramos o no ponemos delante de Dios, y él atiende la oración de aquel que vuelve para Él.
Ninguna oración es en vano, ninguna oración queda sin ser escuchada por el Señor. Escuchando nuestra oración, necesitamos confiar que Dios siempre tiene lo mejor para nosotros.
Hoy, aprendemos, en el Evangelio, que Dios es Padre, y es un Padre amoroso, es un Padre que sabe lo que es es lo mejor para sus hijos. Dios sabe lo que es lo mejor para ti. ¡Confía, reza, espera y guarda en Dios! Si aún no ocurrió, si tu no fue atendido en tu oración, tenga confianza.Dios sabe lo que es mejor para ti.
Tal vez lo que estás pidiendo no sea lo mejor. Dios ve más allá, Él ve más allá. ¡Dios sabe de todas nuestras necesidades, porque Él es Padre!
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
