“En aquel tiempo los fariseos le preguntaron a Jesús cuándo llegará el Reino de Dios. Él les respondió: «El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: “Está aquí”o “Está allí.” Porque el Reino de Dios está entre ustedes»” (Luca 17, 20-25).
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Muy bien, mis hermanos y hermanas, la afirmación de Jesús es categórica. El Reino de Dios no viene ostentosamente. Este es el mensaje central del Evangelio que escuchamos. Hoy vivimos en un mundo, en un mundo pagano que cultiva la ostentación, nosotros vivimos en eso. Las personas, creo, solo no se cuelgan un auto al cuello porque no aguantan cargarlo. Pero el resto es ostentación por todas partes y a todos los niveles que vemos hoy en día. ¿Te has puesto a pensar alguna vez que esto también puede ocurrir en nuestra realidad espiritual, en nuestra realidad como cristianos?
Ostentación en la forma de vivir nuestra espiritualidad, también podemos caer en este riesgo de ostentar nuestra espiritualidad, mis devociones, mis prácticas piadosas. No nos engañemos, hay mucha gente en la Iglesia que sigue la moda de la ostentación. Por supuesto, muchos de ellos son quizás en la inocencia, pero muchos son conscientes y lo hacen conscientemente porque no han purificado su manera de relacionarse con Dios.
Es como esa pequeña vasija que estaba en la entrada de la casa judía y las personas debían purificarse los pies antes de entrar en la casa. Nosotros necesitamos, muchas veces, pasar por esa purificación, porque son tantas las cosas con las que entramos en contacto que a menudo traemos mentalidades profundamente paganas a nuestro
entorno religioso.
El Reino de Dios está en las simplicidades de nuestra vida
Si el Reino de Dios, entonces, no es ostentoso, significa que es algo familiar, es algo muy sutil, muy común en nuestra vida cotidiana. Y ese es el problema, porque nos gustan las cosas que llaman la atención. Tenemos dificultad con las cosas familiares, tenemos dificultad con lo cotidiano, con las cosas simples. Y Jesús nos enseñó eso.
Jesús era tan común en medio de su pueblo, en Nazaret, que nadie se daba cuenta de que estaban conviviendo con el Hijo de Dios. “Pero el hijo del carpintero”, ¿no era eso lo que solían decir? “¿Ese muchacho que de vez en cuando habla en la sinagoga, predica la palabra?”. Así es, era Él. Y Jesús no alardeaba de nada.
El Reino de Dios entra en nuestra normalidad, en las cosas de esta tierra. No busques emociones extraordinarias, celestiales, sobrecogedoras. Ten mucho cuidado, podrías infantilizarte hasta el punto de ser como una cucaracha tonta corriendo detrás de las indicaciones que existen por ahí:”El Reino de Dios está ahí, el Reino de Dios está aquí”, y no nos sustentamos en Dios.
No olvidemos que el Reino de Dios es de Dios, por eso nadie puede hacer uso de su derecho a intentar manipular el Reino de Dios. Pertenece al Señor, pero está sembrado en lo nuestro, en las cosas cotidianas, en las simplicidades de nuestra vida.
Descienda sobre todos ustedes la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.