“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas” (Lc 6, 43-44).
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Mis hermanos y mis hermanas, el Evangelio de hoy nos enseña un excelente criterio de discernimiento: los frutos.
Hoy, celebramos dos lindos frutos del árbol del martirio, celebramos, con la Iglesia, San Cornélio y San Cipriano – un, Papa; el otro, amigo del Papa. Una linda amistad que sostiene ambos en la firme decisión de ser de Cristo y defender la fe a todo costo. Un buen criterio de una verdadera amistad: alguien que me ayuda a ser más de Dios, a ser fiel a Dios.
Y, hablando de criterio de discernimiento – volviendo para el texto – , de los frutos se reconoce el árbol. Atención para no confundir frutos con resultados, sino Cristo sería un gran fallido de la historia, porque Él ha muerto en la cruz. Del punto de vista humano, hablariamos que Jesús sería un fallido.
Sé en quien he depositado mi confianza, y si estoy en Dios, voy producir buenos frutos
Frutos son aquellas realidades presentadas por San Pablo en una de sus cartas: paz, alegría, bondad, mansedumbre, dominio de sí, es decir, todo eso habla de una persona que es totalmente libre interiormente. Pueden existir conflictos, pero ella prueba una paz. Pueden existir tribulaciones, pero eso no roba su alegría. Puede vivir rodeada de un mundo malo, pero ella conserva dentro de sí la bondad. Puede vivir rodeada de gente problemática, pero ella vive una mansedumbre. Puede estar en el medio de muchas pruebas, pero consigue mantener el dominio de sí. Estos son los frutos, son los frutos del Espíritu que actúan en nosotros y nos hacen una persona, de hecho, interiormente libre.
Que te des cuenta de que no se trata de depender de las circunstancias de la vida, porque las circunstancias pueden ser las peores alrededor de ti, pero se trata de depender de Dios, se trata de saber ser un árbol sembrada a la orilla de la torrente de agua viva que es Dios.
Tu estas en Dios, tu vida esta en Él, entonces las circunstancias alrededor de ti, por peores que sean, no determinan tu paz interior, tu mansedumbre, tu bondad, el dominio de sí. Sé en quien he depositado mi confianza, y si estoy en Dios, voy producir buenos frutos.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!