“No crean que he venido a suprimir la Ley o los Profetas. He venido, no para deshacer, sino para traer lo definitivo” (Mateo 5,17).

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Jesús es la Palabra de Dios encarnada; y diferente de lo que algunos pensaban sobre Él, Jesús no ha venido para abolir la ley y los profetas. Por el contrario, Él ha venido para enseñarnos el valor inmutable de la Palabra de Dios, del Antiguo Testamento. Y siendo Él la Palabra eterna, tiene autoridad divina para conducirnos a su pleno cumplimiento, proclamando la ley superior, que es la ley de amor.

Jesús nos enseña que Él ha venido para promulgar, de forma definitiva, la ley de Dios, que tiene su pleno cumplimiento en el amor. Y Él va realizar eso no solo con Su predica, pero, principalmente, por medio de Su ofrecimiento en la cruz.

La ley de Dios tiene su pleno cumplimiento en el amor

Es así que Jesús nos enseña a cumplir la voluntad de Dios: en la vivencia del amor que se entrega y se dona por causa del otro. Quien lo hace va ser grande y, por el contrario, va ser pequeño aquel que no lo hace.

Quien se dona por amor, quien se entrega por amor va ser considerado grande en el Reino de los Cielos. Ahora, quien desobedece a uno de estos mandamientos, por menor que sea, y enseñar a los otros a hacer los mismo, va ser considerado el menor en el Reino de los Cielos.

Mis queridos, la ley de Nuestro Señor Jesucristo es la ley del amor. Quien vive el amor al prójimo, quien se dona por el prójimo cumple con el mandamiento. Por eso pidamos la gracia de no salir ni siqueira una coma de la Palabra de Dios en nuestra vida, y cumplimos, con fidelidad, esta ley de entrega y donación.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!