“Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo».” (Jn 6, 48-51).
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En la Eucaristia, Jesús se ofrece como alimento para nosotros. Él es el Pan de la vida, confirma el evangelio de hoy. El alimento que nos da seguridad de vida eterna, pues quien de Él comer nunca morirá. Es también el Pan que nos fortalece y que nos capacita para la misión.
Cuando nosotros comulgamos, recibimos Jesús en nosotros y Cristo pasa a hacer parte de nuestra vida y de nuestra existencia. Su espíritu esta en nosotros cuando recibimos Jesús en la Eucaristia. Ese es un de los medios más sublimes de encontrarnos con Dios. Y es por medio de Jesús que nosotros vamos al Padre porque Jesús es la presencia de Dios entre nosotros. Nadie ha visto el Padre, pero Él se hizo conocer por el Hijo.
Jesús es el alimento que nos da seguridad de vida eterna, pues quien de Él comer nunca morirá
Jesús es la encarnación de Dios, por medio de Él nosotros hemos vistos el rostro de Dios y, así, nosotros nos identificamos con Él, un Dios que se hizo humano, en el cual nosotros podemos identificar con Él.
Es el amor de Dios por nosotros que nos posibilitó ese acceso, esta identificación, ese camino que nos lleva hasta Él. Dios mucho amó, que quiso identificarse con nosotros. Y en cada Santa Misa, Jesús se ofrece nuevamente a nosotros en Su propio cuerpo, sangre, alma y divinidad, para que nosotros podamos tener vida eterna.
Busquemos ese alimento, amemos a Jesús en la Eucaristia, busquemos Su presencia y busquemos alimentarnos del Señor que se da a nosotros.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!