“Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos». Los discípulos le preguntaron: «¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?». el les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes?». Ellos respondieron: «Siete». Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud” (Marcos 8,2-6).
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Esta gran señal de la multiplicación de los panes fue más una de las señales de la presencia del Mesias; el Mesías que esta con Su pueblo. La abundancia y la gratitud revelan el opuesto de la consecuencia del pecado. La consecuencia del pecado es la escasez, es justamente la necesidad de trabajar para no pasar hambre.
Si nosotros cogemos el Libro del Génesis, vamos escuchar que una de las consecuencias del pecado fue, justamente, el hombre tiene que trabajar para conseguir sostenerse. La Palabra de Dios va decir: “Con fatiga sacarás de ella el alimento por todos los días de tu vida” (Gen 3, 17).
Jesús siente compasión de nuestra condición miserable causada por el pecado
El Evangelio hoy, cuando reflexionar sobre la milagrosa multiplicación de los panes, parece justamente contradecir esta consecuencia del pecado de nuestros primeros padres, porque Jesús va reparar completamente los pecados del hombre, dando a él acceso a la verdadera prosperidad.
Esta abundancia de panes demuestra la prosperidad del Reino de Dios y de la presencia del Mesías en el medio de Su pueblo, al paso que el relato del Génesis demuestra las consecuencias del pecado que nos separar de Dios y nos pone en esta situación de miseria. Y no hablamos solo de miseria material, pero sí esta miseria espiritual, esta escasez espiritual, escasez del alimento espiritual.
Jesús siente compasión de nuestra condición miserable. Y, así como sintió compasión de aquella multitud que estaba con hambre, Él también siente compasión de nuestra miserable causada por el pecado. Y es Él quien nos hace salir de la escasez y de la miseria que el pecado engendra en nosotros.
Por eso, mis hermanos, deja que hoy el Señor tenga compasión de ti que puedas dar el verdadero alimento que es Él mismo, te haciendo salir de la miseria que es el pecado.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!