“No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo” (Mateus 7,21).
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Mis hermanos, estamos en este tiempo del Adviento, y debemos siempre recordar que el Adviento es un tiempo de preparación para celebrar la Navidad del Señor. Al mismo tiempo, estamos en preparación para la venida definitiva de Neustro Señor, y necesitamos sí preparar nuestro corazón, necesitamos sí prepararnos para celebrarnos esta gran fiesta de encarnación de Cristo, de la venida de Cristo entre nosotros.
El Evangelio de hoy nos habla también de esta preparación: “No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor!’ para entrar en el Reino de los Cielos, pero es necesario practicar la Palabra del Padre, es necesario realizar la voluntad de Dios”.
Nuestro Señor llamo la atención, porque muchos allí, en Su tiempo, desgraciadamente estaban presos a los discursos, a los bellos discursos. Pero para nuestra fe, para nuestra religión ser verdadera, ella no se basa en los discursos, no se basa en las bellas artes, pero se basa en una fe que es vivida, en la practica de la Palabra de Dios.
No bastará con decir: ‘¡Señor!, ¡Señor!’ para entrar en el Reino de los Cielos, pero es necesario practicar la voluntad del Padre
El Señor llamo la atención: no bastaban los bellos discurso, pero la fe practicada, el amor, de hecho, practicado. No basta hablar de amor, tiene que amar; no basta tener un bello discurso sobre el perdón, es necesario perdonar; no basta hablar sobre el respeto que nosotros debemos tener unos para con los otros, si no respetamos unos a los otros.
La religión verdadera, la fe verdadera en Nuestro Señor Jesucristo debe llevarnos a la practica. No basta decir: ‘Señor, Señor’ para entrar en el Reino de los Cielos, pero es necesario practicar la voluntad del Padre.
En este tiempo, entonces, en que vamos celebrar el nacimiento de Neustro Señor JEsucristo, preparemos nuestro corazón con un buen examen de consciencia, vamos arrepentirnos de nuestros pecados y ofrecemos a practicar la Palabra no con los discursos, pero, principalmente, con el discurso del testimonio, el discurso de la vida.
La bendición de Dios Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!