“En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza; «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios». Pero Jesús lo increpó, diciendo: Cállate y sal de este hombre. El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de todos. sin hacerle ningún daño.” (Lucas 4, 33 – 35).
Mis hermanos, este Evangelio narra este hombre que estaba en la sinagoga. Sin embargo estuviese en la sinagoga, en un templo de Dios, él estaba poseido por un espíritu impuro. Y Jesús liberto aquel hombre de aquel espíritu impuro que él tenía.
¿Están viendo, mis hermanos? No es porque nosotros estamos en la iglesia, hasta rezar, que no hay males en nosotros; aún hay muchos males en nosotros. Nosotros necesitamos mucho de la purificación de Dios, de la purificación que viene de Aquel que es puro, que viene de Aquel que es el santo, de Cristo. Y el Cristo visito aquel hombre, purifico aquel hombre.
Miremos para nosotros, miremos para nuestro interior: ¿cuántas impurezas nosotros traemos en nosotros? Impureza en nuestra mente; impureza en nuestro corazón; impureza en nuestro cuerpo. Nosotros necesitamos de la purificación. Y la purificación viene por medio de Cristo, del encuentro personal con Nuestro Señor Jesucristo.
Jesús, al libertar aquel hombre, inaugura y presenta realmente la presencia de Él, del Mesías. Es la acción mesiánico, la acción del Mesias expulsa el mal, la acción del Mesías trajo un nuevo tiempo para aquel hombre; y atrás un nuevo tiempo también para cada uno de nosotros.
Vivamos también nuestra autoridad de hijos de Dios y expulsemos los males que están alrededor de nosotros
Él quiere libertarnos y Él tiene autoridad para libertarnos. La autoridad de Jesús, comentaban: “¿De donde viene esta autoridad?”; la autoridad de Cristo viene del alto, ha venido del Alto, por eso, Él enseñaba, libertaba, expulsaba el mal.
Pidamos, hoy, que el Señor hoy nos encuentre, que Él encuentre nuestra verdad, que Él encuentre nuestras impurezas y, por Él, nosotros seamos purificados: “¡Purifica, Señor, nuestra mente; purifica, Señor, nuestro corazón; purificanos, Señor! ¡Para que podamos servir, seguir y amar a Ti!
Y, al mismo tiempo, hermanos, al recibirnos la purificación de Dios, al recibirnos la gracia de Dios – y nosotros la recibimos por medio de nuestro bautismo -, nosotros también tenemos una autoridad.
Que tu también sea y viva la autoridad de hijo de Dios, de hija de Dios, para también expulsar los males que están en tu casa, en tu trabajo. “¿Que autoridad es esta?”; “¿De donde viene?”; “¿Viene del conocimiento?”; “¿Viene de mi estudio?”. No, la autoridad viene de Dios. Entonces, busquemos vivir la autoridad que nosotros recibimos también de Dios.
Purificados por Él, vivamos en la libertad; purificados por Él, vivamos también nuestra autoridad de hijos de Dios y expulsemos los males que están alrededor de nosotros.
“¡Gracias, Señor, por su autoridad en nuestra vida y ayudanos a vivir con autoridad nuestro bautismo!”
La bendición de Dios Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!