“Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: Mujer, aquí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: Aquí tienes a tu madre. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa” (Jn 19, 26-27).
Ayer, celebramos el día de Pentecostés, la gran fiesta de la Iglesia, la Iglesia naciente, la Iglesia que es guiada el alma de la Iglesia: el Espíritu Santo. Y, hoy, tenemos la gracia de celebrar María, la Madre de la Iglesia.
Como es importante, porque la Iglesia nació primero del lado abierto de Cristo Jesús en la Cruz, porque de Su lado abierto Salió sangre y agua, los Sacramento de la Iglesia, el alimento de la Iglesia. La Iglesia se alimenta de la Eucaristía, la Iglesia se fortalece y se purifica en la gracia del bautismo. Ese dos Sacramentos que salen del lado abierto de Cristo.
Más allá en la cruz, el propio Cristo que nos dio los Sacramentos nos dio la Madre de la Iglesia, porque Él, la cabeza de la Iglesia, tiene en María Su Madre. A su lado estaba el discípulo, y cuando discípulo Juan representa cada uno de nosotros, sean los discípulos que estaban allí en pie como él, pero representa la Iglesia que es madre y tiene sus hijos.
Una vez amando la Iglesia y siendo hijos de la Iglesia, amemos la Virgen María, seamos hijos de ella
Los hijos de la Iglesia no están solos, porque nosotros hijos tenemos una madre, esta madre se llama: Virgen María. Ella misma recibió eso como misión: “: Mujer, aquí tienes a tu hijo”(Jn 19, 26).
En aquella Iglesia naciente, reunida en Pentecostés, reunida en el Cenáculo, estaban todos reunidos con María, la Madre de Jesús; estaban reunidos con María, que era el consuelo, el amparo, que era la fuerza. Como ella fue en la vida de Su Hijo Jesús, ella es también en la vida de los seguidores de Jesús, ella es la primera seguidora de Jesús. Como primera discípula y seguidora, el propio Jesús convierte madre de Su Iglesia.
¡Que belleza y que gracia! Nosotros siempre relacionamos la imagen de María a la imagen de la Iglesia, y la Iglesia a la imagen de María. La Iglesia, como aquella que engendra hijos para Dios, la Madre Iglesia; María, aquella que engendro el Hijo de Dios para nosotros, pero es también Madre de todos nosotros.
Amemos la Iglesia, seamos hijos de la Madre Iglesia. Y una vez amando la Iglesia y siendo hijos de ella, amemos a la Virgen María, seamos hijos de ella. Caminemos en esta condición de gracia, pues así nunca nos perderemos, porque la Madre es aquella que calienta, que enseña y guía Sus hijos siempre para el camino de la gracia, aún que, algunas veces, se extravíen por el camino de la vida.
Oh Madre santísima, Madre de la Iglesia, a ti confiamos, rogamos por toda Iglesia y por todos nosotros, para que seamos sus hijos y estén siempre bajo su protección. ¡María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros!
¡Dios te bendiga!