“¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?. No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11, 50-52)
Querían ofender a Jesús, querían matar a Él, querían quitar la vida de Aquel que nos trajo la vida. Jesús incomoda quien es grande, poderoso y orgulloso. Todos aquellos que están se aprovechando de lo que hacen y de lo que son, se molestan con la presencia de Jesús y con la verdad que Él trae.
La verdad molesta, es la realidad más molesta de la vida de Aquel que nos trajo la vida. Jesús molesta quien es grande, poderoso y orgulloso. Todos aquellos que están se aprovechando de lo que hacen y de lo que son, se molestan con la presencia de Jesús y con la verdad que Él trae.
La verdad molesta, es la realidad más molesta de la vida. Por eso, preferimos vivir de mentiras, ilusiones y engaños. No solo engañamos a los demás como también a nosotros mismo, porque, muchas veces, vivimos cosas que no son reales. Creemos en fantasías y creamos un mundo de nuestro “apetito”, a nuestro gusto y a nuestra voluntad; entonces, cuando alguien viene despertar de la fantasia, de la mentira, de la ilusión, de la falsedad, de la hipocresía o de aquello que nos es verdad que vivimos o acogemos, en la mayoría de las veces, rechazamos.
El sentimiento de rechazo que crece en el corazón, en posición al otro, quiere despertarnos, quiere hacernos reflexionar y repensar. Las verdades de Dios molestan el mundo, pero nos molestan también.
Es necesario acoger Aquel que es la verdad porque solo Él nos libera del poder de la mentira, de la muerte y de los engaños
Si la verdad de Dios, no nos molesta es porque estamos molestados, estamos blindados en nuestra postura egoísta y orgullosa de ser y no queremos abrirnos para la verdad. Es necesario acoger Aquel que es la verdad, porque solo Él nos libera del poder de la mentira, de muerte, de los engaños, fantasías y ilusiones en que vivimos hasta en las dimensiones de la fe.
Necesitamos sumergir en Jesús, permitir que la vida de Él esta en nosotros, repensar los actos, las actitudes, las elecciones y dejar que la luz de Dios nos ilumine.
No estamos en el mundo para juzgar a Él, estamos en el mundo para sernos luz; pero no es la luz propia, aquella que viene de nosotros, es la luz del Evangelio, de la verdad y del amor; la luz que vence las tinieblas interiores que están alojadas dentro de nuestra alma, de nuestro corazón y de nuestro ser.
No permanecemos en las tinieblas, porque el mundo ya es de las tinieblas, permanezcamos en la verdad que es Jesús porque Él nos libera.
¡Dios te bendiga!