Las madres sufren porque invierten con amor y dedicación y, muchas veces, nuestra respuesta como hijos es la ingratitud
“Cuando llegó a la puerta de la ciudad vio que llevaban un difunto, hijo único; y su madre era viuda. Una gran multitud la acompañaba. Al verla, el Señor sintió compasión de ella y le dijo: “¡No llores”” (Lucas 7,11-12)
Estamos contemplando una de las escenas más duras de la vida de alguien. Se trata de una madre que está yendo a enterrar a su único hijo. Esa madre tiene un dolor profundo en su alma por el hecho de ser viuda, ahora tiene un dolor que no tiene nombre: el dolor de la madre que entierra a un hijo. Tal vez estemos mirando la expectativa del milagro de resucitar, pero la gran gracia que encontramos aquí es el Maestro que siente profunda compasión por esa madre y la consuela diciente: “¡No llores!”
Cuando miro este Evangelio, miro el corazón de tantas madres que lloran por diversas situaciones, dolores y realidades que enfrentan en esta vida. Son madres que lloran por sus hijos ausentes y sin juicio, madres que lloran con la preocupación de crear hijos en los días de hoy, porque el mundo de hoy no es fácil para nadie.
Digo con toda la convicción de mi corazón: no hay tarea más bella en el mundo que ser madre, pero, tampoco hay tarea más ardua, más difícil y más exigente que ser madre en los días de hoy.
Así como este hijo tuvo su vida terminada tan joven, hoy, están robando la vida de nuestros hijos. Roban para matar, para destruir y cuando no matan físicamente a nuestros jóvenes, matan los valores, roban la dignidad e imprimen en el alma de nuestros jóvenes los contra valores, y las madres son las que más sufren. Ellas sufren con sus hijos rebeldes, con sus hijos que no hablan de lo que traen en su corazón.
Las madres sufren porque no saben qué pasará con estos niños. Las madres sufren porque invierten con amor y dedicación para cuidar y, muchas veces, nuestra respuestas como hijos es de ingratitud, la indiferencia.
Hoy, miramos para esta madre del Evangelio y para todas las madres que lloran y están afligidas, agobiadas, solas y abandonadas. Jesús es el consuelo de nuestras madres y necesitamos ser el consuelo para ellas. Quien es hijo que de todo de sí para ser el mejor hijo, que se esfuerce para amar y consolar, intentemos consolar tantas mujeres que sufren solas el dolor de ser madres
¡Dios te bendiga!