Necesitamos confiarle a Jesús el cuidado de nuestras emociones, porque Él cuidará que las grandes enfermedades del mundo no nos lleguen.
“A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.” (Lucas 4,40)
Debemos presentarle a Jesús los males de nuestra vida, nuestras dolencias y enfermedades. Buscamos primero la sanación, la queremos inmediatas y mágicas, creemos que Jesús realiza eso. Él, sin embargo, cuida y sana nuestras enfermedades, cuida de nosotros. Lo que más necesitamos es ser cuidados por Él, por eso necesitamos presentarle todas nuestras enfermedades.
No podemos recurrir a Jesús solamente cuando estemos con una enfermedad grave e incurable, sino debemos ir hasta Él incluso cuando estamos con fiebre, dolor de cabeza, gripe, con las incomodidades en nuestra alma y en nuestro corazón, sobre todo los que originan buena parte de nuestras enfermedades. Necesitamos confiar a Jesús el cuidado de nuestras emociones, porque, cuando le confiamos nuestra salud, Él cuidará para que las grandes dolencias y enfermedades del mundo no nos lleguen.
Preséntele a Jesús tu salud, entrégale sus dificultades. Reza sobre ella y por ellas, confíelas al encuentro del Señor. No desde la angustia ni la desesperación, sino en la fe y en la confianza. Preséntale al Señor los enfermos de tu casa, comenzando por ti. Es cierto que hay quienes están más afligidos, dolidos. Permitamos que cada uno de los nuestros conozcan y experimenten, en su enfermedad, el poder de Jesús que da ánimo, vida nueva y un sabor nuevo, incluso si el enfermo está postrado en una cama.
Jesús vino para sanar los males del mundo y para cuidar de nosotros. Lo peor que le puede pasar a un ser humano, en medio de tanta salud o de tanta enfermedad, es dejar que se pierda su alma.
Jesús va recorriendo las ciudades y villas, va pasando para rescatar las almas. En exceso de salud, la persona cae en la euforia de la vida y no cuida de su alma y de su corazón. En el exceso de la enfermedad, cae en la depresión, la angustia, pierde el rumbo esencial y no deja que Dios dirija su vida hacia el cielo, donde no habrá más llanto ni enfermedad. Pertenecemos al Señor y necesitamos permitir que nos cuide.
Reza por su salud y por tus enfermedades, por más mínimas que sean. Queremos confiar al Señor lo que haya sido difícil los días de hoy: nuestra salud emocional. Que Él cuide de nosotros, que esté junto a nosotros, que Él esté sanándonos y bendiciéndonos.
¡Dios te bendiga!