Intentemos ser buenos profetas dentro de nuestra casa, aun cuando no seamos acogidos, nadie puede impedirnos amarnos
“En verdad les digo, ningún profeta es bien recibido en su patria” (Lucas 4,24)
El Evangelio de hoy nos muestra a Jesús volviendo a Nazaret, la ciudad que los vio crecer. No voy a decir que era su ciudad natal, porque nació en Belén, pero toda su vida se desarrolló en Nazarte. Estaba viviendo en Cafarnaún y todos conocían sus milagros y bendiciones. Todo lo que hacía era cuestionado: “¿Por qué no realiza ahora el bien y todo lo que realizas en Cafarnaún?. E partir de eso vino el famoso y conocido proverbio que dice que ningún profeta es bien recibido en su patria.
Cuando Jesús dice eso, no dice que tiene que ser así, pero en la práctica era así. La Palabra de Dios necesita cambiar lo que los hombres establecieron como práctica de vida
Necesitamos ser profetas en nuestra patria, en nuestra casa, en nuestra familia y entre los que nos rodean. La práctica ha sido mal vivida y, muchas veces, hemos sido buenos para los de afuera, para los de lejos, para los que están distantes, pero no somos profetas en nuestra casa. Necesitamos ser profetas con la vida. El profeta testimonia con la vida lo que cree, por eso en la casa, en la familia, en el trabajo, en donde esté, el profeta necesita profetizar con la vida, dando buenos ejemplos y buenas prácticas
Muchas veces logramos tener paciencia con el mundo afuera, entonces, seamos profetas de la paciencia en nuestra casa y entre los que están más cerca. Puede ser que en nuestra casa no logremos predicar la Palabra de Dios con maestría, pero prediquemos con la vida.
Me acuerdo ahora de San Antonio de Padua: “Cesen las palabras y hablen las obras”. Profeta no es el que vive predicando en casa, porque a veces el exceso de prédica y de palabras, lleva a los nuestros a entibiarse, a desanimarse o a crear rechazo por la fe que tenemos. Muchas veces es contradictorio lo que decimos y lo que hacemos. Necesitamos crear una buena empatía con los nuestros.
La buena empatía se da cuando testimoniamos, por eso hay que tener cuidado con la amargura que creamos en nuestro alrededor por causa de las diferencias en el modo de creer y de ver el mundo.
Intentemos ser buenos profetas dentro de nuestra casa, aun cuando no seamos acogidos, nadie puede impedirnos amarnos unos a otros. Eso debe comenzar dentro de casa.
¡Dios te bendiga!