Queremos la humildad de la Virgen María, pues solo con ella vamos configurar para siempre la constelación del Cielo, brillando con Cristo para siempre
“Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1, 38).
Hoy, celebramos Nuestra Señora Reina, aquella que esta a la derecha de Dios, coronada como Reina del Cielo y de la Tierra. ¿Quien es esta mujer? Quien es esta que avanza como aurora? ¿Quien es esta a quien los ángeles sirven? ¡Es María, la sierva del Señor!
Dios es aquel que exalta los humillados y humilla aquellos que se exaltan. María, por toda su vida, fue una mujer que se puso como sierva, se comportó como una discípula del Señor Jesús, la hija de Dios Padre que siguió los pasos del Maestro Jesús. Ella es la Madre del Señor, la Madre del Salvador.
María no se dejo engrandecer por nada de este mundo, no dejo que su corazón fuera tomado por el orgullo, por el sentimiento de la grandeza, por las exaltaciones y las alabanzas humanas. Por el contrario, ella es la humilde sierva del Señor.
Cuando contemplamos la Fiesta de la Coronación de María, los méritos de ella están en sus virtudes y, entre estas virtudes, podemos admirar tantas que brillan en el Cielo. Yo destaco, hoy, la virtud de la humildad. Como la humildad es agradable a los ojos de Dios, pues encanta y hace bien, mejora las relaciones humanas, destruye todo el egoísmo y soberbia que se apoderan de nuestro corazón.
Necesitamos investir en un corazón humilde, porque el orgullo se apodera de nosotros, genera todos los descontentamientos humanos, genera las disputas, las competiciones, las peleas y rivalidades. El orgullo es el veneno del infierno en la vida humana, y la humildad es el remedio de salvación.
Miremos, hoy, para la bienaventurada, la siempre Virgen María, y queremos aprender de ella a ser humildes. Aquella que nosotros aplaudimos como Reina del Cielo y de la Tierra, brilla en nuetsro medio por toda la excelencia de humildad que ella vive en su corazón. Siempre sierva, solo sirvió a Dios y no buscó ninguna ostentación humana.
En el mundo donde vivimos, donde es tan importante aparecer, estar a frente de los demás, querer ser mejor – incluso en las iglesias las personas quieren brillar, quieren reconocimiento, destaque -, lo que nosotros queremos es la humildad de la Virgen María. Es solo con ella que vamos configurar para siempre la constelación del Cielo, brillando para siempre.
Bienaventurada, siempre Virgen María, Reina del Cielo y de la Tierra, enseñanos el camino de la humildad.
¡Dios te bendiga!