La familia, nace del amor del hombre y de la mujer, del amor que brota de dos corazones que se convierte en una sola realidad
“El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá con su mujer, y serán los dos una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre” (Mt 19, 5-6).
Estamos celebrando la belleza del amor conyugal, la unión del hombre y de la mujer. Yo no quería que nosotros analizáramos la vida matrimonial y familiar a partir de los aspectos negativos, porque, si miramos para ellos, vamos percibir que la familia es una tragedia, cuando en realidad, la familia es una gracia que brota del corazón de Dios. Al principio, creando el hombre y la mujer, Dios los unió para que fuera una sola carne.
Necesitamos rescatar los valores del matrimonio y de la vida conyugal. La familia, por encima de todo, nace del amor del hombre y de la mujer, del amor que brota de dos corazones que se convierten en una sola realidad. Por supuesto que cada uno con sus diferencias: el hombre es hombre con sus características propias, y él no necesita anularse. La mujer es esta gracia divina, con toda su alma femenina. Los dos se unen, se completan y forman esta linda potencia, que hace brotar y generar la vida humana. Entonces, vienen los hijos, que enriquecen la convivencia y la unión conyugal. Ellos son brotes que nacen de esta unión maravillosa.
Sin querer desconsiderar todas las dificultades todas las dificultades que puedan haber en la unión conyugal, podemos decir que solo superamos las dificultades cuando volvemos para la origen de nuestra propria vida, de nuestra historia y la origen de todas las cosas. Es Jesús quien esta diciendo que Dios, en el principio, hizo una sola carne, por lo tanto, lo que Dios unió no es el hombre quien va determinar ni separar.
No quiero detenerme solo en el aspecto de una pareja que se separa, porque no podemos adherir, de ninguna forma, la mentalidad del mundo en que vivimos, que trata la unión conyugal como algo desechable y momentáneo, y olvidar que fuimos hechos para la eternidad.
La eternidad comienza cuando aprendemos a vivir, en la Tierra, elecciones definitivas. Cuando pensamos en casar, no pensamos hacerlo por un día o un mes, pues si vienen circunstancias contrarias, no es en ellas que vamos detenernos, pero es en tener siempre en la mente lo que es esencial: lo que Dios unió el hombre va luchar, trabajar y rezar, para que sea siempre sagrado y jamás separar lo que Dios hizo una sola carne.
¡Dios te bendiga!