Sembremos y dejemos la semilla crecer, y ella producirá muchos frutos en nuestra vida

“Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos: el grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo. Jesús les propuso otra parábola: «Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos: el grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo” (Mt 13, 31-32).

Que belleza encarar la Palabra de Dios como una semilla pequeña, a los ojos humanos hasta insignificante, porque lo que es significante conseguimos ver.

La Palabra de Dios, muchas veces, no es vista no tiene importancia, ella queda entre otras semillas; y como ella es pequeña, queda oculta, guardada o incluso despreciada, porque aquello que es pequeño y insignificante no damos valor.

Cuando descubrimos que aquella puede hacer toda la diferencia, dejamos las otras de lado, porque, cuando esa crece, ella se convierte mayor que todas las otras hortalizas o plantas que crecieran con las semillas que sembramos a lo largo de la vida. Al final de todo, lo que va importar es lo aquello que Palabra de Dios realiza en nosotros.

Cuando hablo “fin de todo”, no me refiero al final de la vida, sino a cuando miramos para nuestro presente y vemos: “Lo que hizo diferencia en mí fue aquello que creció de Dios en mí vida y en mí corazón”.

No dejemos el Reino de Dios quedar pequeño, insignificante en nuestra vida. Demos valor a la Palabra de Dios, permitamos que ella crezca, aparezca, y ella se convertirá en la más importante de nuestro corazón. Pasamos la vida sembrando y plantando, hay plantaciones que cosechamos y no da nada, perdemos tiempo, dinero y esfuerzo; gastamos todo de nosotros y nos volvemos desgastados.

Nadie que siembra en el Reino cosecha frustración o decepción, quien siembra el Reino de Dios
cosecha Dios en tu vida y en tu corazón. Sembramos y dejamos esta semilla crecer, y ella producirá muchos frutos.

¡Dios te bendiga!