20 Sep 2020

Retiremos de nuestro corazón toda envidia

“¿No tengo de recho a llevar mis cosas de la manera que quiero? ¿O será porque soy generoso y tú envidioso?” (Mt 20, 15)

El jefe del Evangelio de hoy causó indignación y, al mismo tiempo, admiración. Quien mira para el jefe con la mirada humana, de aquella justicia que cree que tiene en el corazón, queda indignado con ese jefe. Si paramos para mirarlo con la mirada humana, vamos decir: “Ese jefe es muy injusto y irresponsable”. Si fuera en los días de hoy, tu incluso entrarías en la justicia del trabajo para procesar ese jefe.

¿Como él es capaz de pagar el mismo salario para una persona que llego para trabajar una hora y pago el mismo para quien trabajo el día todo? Tendría revuelta, nuestro corazón quedaría rebelde solo de imaginar una situación de esta. Pero sabe por que los operarios de la primera hora quedarían rebeldes? ¿Sabe por que nosotros también quedamos rebeldes dentro de nuestro corazón? Porque ellos no miran para los que recibirá, pero fueran mirar los que los demás recibirán.

Lo que el jefe combino con ellos, él pago; contrato a ellos y no dio nada solo lo que habían combinado. De forma alguna el jefe fue injusto con ellos. Fue justo, correcto y dio lo que debía. Pero ellos perdieran la gracia o incluso lo que habían recibido, para ellos no significaba más nada porque pararan de mirar para lo que habían recibido y miraran lo que los demás recibirán.

Quien es fiel ama, acoge, se alegra con el bien del otro y jamás deja crecer en tu corazón la envidia

Es lo que llamamos de la maldita comparación, cuando paramos de contemplar nuestra vida, de mejorar nuestra vida, de dar gracias por lo que tenemos, de luchar para tener cada vez más una vida mejor, más digna y más justa, pero paramos para reparar como esta la vida de los demás. Y, muchas veces, queremos incluso ser iguales a los demás, no sabemos la historia, la lucha, no sabemos si fue de una forma justa o no. Entonces, allí nacen las malditas comparaciones, generalmente, motivadas por la envidia, por la codicia, por aquellos deseos insanos del corazón y de la mente.

Mira, es feliz en esta vida quien cuida de lo que tiene; quien lucha por lo que es suyo y con las proprias manos y no quien causa intriga, división, confusión, separación porque vive para reparar, para mirar y quedar con envidia de lo que el otro es y tiene.

Sea tu, sea cada vez más autentico para ti, luche por lo que es tuyo, sin necesitar quedar con envidia y sin comparar a nadie. En el Reino de los Cielos es así: el ladrón que se convirtió a los pies de la cruz o muriendo junto con Jesús es tan de Dios como aquel que ya nació santo en el vientre de su madre. ¡Todos son amados por Dios!

En el momento que el corazón se abre para la gracia de Dios, ella llega y roba aquel corazón. No puedo sentirme con falta de justicia porque esta persona llego en la Iglesia ahora, porque se convirtió solo ahora. No, yo soy de Jesús, pareciendo aquel hijo más viejo de la parábola del hijo prodigo. Yo siempre fui fiel a Dios.

Quien es fiel ama, acoge, se alegra con el bien del otro y jamas deja crecer en tu corazón la envidia y la competición.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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