“Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor y lo inspirará el temor del Señor” (Isaias 11, 1-3)
Isaías está profetizando sobre Jesús: “Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor”. La gracia es contemplar ese Espíritu del Señor en Jesús, porque, ese niño que se nos da, que nace para ser nuestro salvador, reposa sobre Él la gracia que trae sabiduría, discernimiento, consejo, fortaleza, piedad y todos los dones divinos que operan la salvación y la restauración de la humanidad.
Sobre Jesús, como el ungido del Padre, reposa la gracia y, la gracia que está en Él, se esparce sobre todos nosotros.
Necesitamos acercarnos, unirnos a Jesús para que esté en nosotros y comuniquemos su gracia al mundo. Necesitamos que el Espíritu de Jesús esté en nosotros para que nos otorgue los dones que tanto necesitamos, para que seamos salvos y salvar a los nuestros; salvar nuestra casa, nuestra familia y el mundo en el que estamos.
El mundo tiene sed de sabiduría, pero no es suficiente con la sabiduría humana, es la sabiduría divina que nos encamina y nos salva. El mundo se dirige por la ciencia, pero no alcanza con la ciencia humana. Necesitamos la ciencia divina que penetra todas las cosas y nos da el sentido más profundo del alma.
Necesitamos que el Espíritu de Jesús esté en nosotros para que nos otorgue los dones que tanto necesitamos
El mundo exalta a los fuertes, pero no la fortaleza de músculos humanos, es la fortaleza del alma, del Espíritu, del corazón que da la resilencia ante tantas debilidades y deficiencia en el mundo en que estamos.
Es el Espíritu de Jesús que nos da el consejo, pero no el consejo de aconsejar haz esto o aquello. Es el consejo de dirigirnos, orientarnos, gobernarnos, de mostrarnos el camino.
El Espíritu Santo es quien nos da el verdadero temor que no se confunde con los temores del mundo, con los muchos miedos que penetran el alma, el corazón. Aquí es el temor del amor a Dios por encima de todas las cosas; es el temor del respeto para con Dios, para con lo que es sagrado y para con la confianza en Él porque Él es el que salva.
Coloquemos en el Señor nuestra confianza porque Él es quien salva. Ese niño que adoramos y contemplamos, es nuestro Salvador. Que el Espíritu que reposa sobre Él, nos conduzca cada día de nuestra vida.
¡Dios te bendiga!
