14 Feb 2019

Imploremos a Jesús por nuestros hijos

Necesitamos cuidar de nuestros hijos y llevarlos para Jesús

“¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?” (Mc 7, 5).

¡Nosotros nacemos puros! Y aún que tengamos la marca del pecado original, la gracia del bautismo nos purifica.

Los niños son puras. ¡Y como son bellas nuestros niños! Es verdad que, por descuido, por falta de cuidado o por otra circunstancia de la vida, nuestros hijos se ensucian con el mundo y, nosotros, también, nos ensuciamos.

Y, los espíritus impuros, a lo largo del camino, van entrando en nuestra vida, en nuestra historia. A veces, es dentro de casa mismo, porque dentro de una casa donde se dice palabrotas, el espíritu impuro invade la mente de los niños. En una casa donde hay gritos, peleas y muchas otras cosas, todo eso invade el interior de los hijos y, con toda la seguridad, también invade el interior de los hijos y, con toda la seguridad, también invade el interior de los adultos.

Hoy todo es permitido: televisión, internet, redes sociales. Son bienes necesarios, pero traen en un mundo de impureza para dentro de nuestras casas y, también, para dentro de nuestros hijos. Nosotros no podemos ser ingenuos y tampoco inocentes con aquello que invade los sentimientos y pensamientos, incluso, de nuestros niños.

En el Evangelio, aquella niña sufre con el espíritu impuro, esta toda atormentada. ¡Y cuantas niñas tan temprano se dejan llevar por el espíritu de este mundo! Cuantas chicas y chicos, cada vez más temprano, son seducidos por el espíritu de este mundo. Y, aún más temprano, es la gran cantidad de jóvenes queriendo suicidar porque perdieron el sentido de la vida.

Entonces, el primer remedio es la prevención. Necesitamos cuidar de nuestros hijos con amor, atención, y tener cuidado con los espíritus impuros, maliciosos, inmundos. Espíritus mundanos que roban, cada vez más temprano, la pureza de los nuestros.

En el Evangelio, aquella madre preocupada con el corazón amargado por causa de lo que ocurre con su hija. Esta madre implora a Jesús por la vida de la hija. Pide que libere de aquel espíritu impuro que la atormentaba, que quitaba la paz interior de ella, que la dejaba siempre agitada, y hacia con que ella perdiera el sentido de la vida.

Este espíritu impuro necesitaba ser expulso de la vida de ella. Aquella madre sabe que solo Jesús podría hacer eso por su hija. Y ella implora, incluso por las migajas, porque como ella no era judía y, Jesús estaba predicando para los judíos, para el pueblo de la primitiva alianza, ella rompió toda y cualquier barrera y dice: “Los perros tiene derecho a las migajas”.

Nosotros necesitamos de las migajas de Jesús para nuestros hijos. Podemos dar el “Pan de la Palabra”, el “Pan de la Eucaristía”, el “Pan que salva”, pero se rechazamos el Pan de la Palabra, el Pan de la Eucaristía, el banquete de la vida, si no damos a nuestros hijos, el mundo tomara cuenta de ellos.

Necesitamos más que nunca, implorar como aquella mujer: “Jesús, salva nuestros hijos”.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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