05 Nov 2020

Convirtamos nuestro corazón por el amor de Dios por nosotros

“Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc 15, 7).

La óptica del Evangelio de hoy nos muestra que el problema es considerarnos justos, porque los justos no miden su conversión, ellos están siempre rezando y viendo que los demás necesitan convertirse; hay incluso una oración en la Iglesia por la conversión de los pecadores, en el cual nosotros debemos estar inclusos. Porque si los que están fuera de la Iglesia pecan por los pecados que cometen en el mundo allí a fuera, nosotros, muchas veces, pecamos en la Casa de Dios por orgullo, soberbia y vanidad.

Aquí, consideramos nuestros pecados menores cuando, en realidad, nuestros pecados son grande porque conocemos la gracia; y quien conoce la gracia debe luchar de forma pertinente a cada día e incluso de forma penitente por su conversión diaria. Conviértase para vencer esta arrogancia, esta vanidad, esta manía de juzgar los demás, convertir el propio temperamento que, muchas veces, esta con comportamientos excesivos.

La alegría que damos a Dios es sernos ese pecador que se convierta a cada día por el amor, por la misericordia y por la paciencia

Nuestra conversión no es menor que la del mundo, no es porque nos juzgamos aquellos que no roban, que no matan, que estamos mejores que los demás, porque puede ser que lo que juzgamos ser ladrones y bandidos lleguen primero en el Reino de los Cielos o en el lugar que pensábamos que es nuestro. Es por eso que para Dios hay mucho más alegría por un solo pecador que se convierte, y aquí Él no esta hablando el tamaño del pecador.

La alegría que damos al corazón de Dios no es quedar parados donde estamos, lamentando con el mundo que no se convierte. La alegría que damos a Dios es sernos ese pecador que se convierte a cada día por el amor, por la misericordia y por la paciencia, que se convierte de esta forma destemplado de vivir juzgando a todo y a todos, y comienza a volver para sí mismo y a mirar sus intemperies y situaciones no resueltas de la vida.

El Buen Pastor deja las 99 ovejas y va atrás de aquella única que esta perdida. Muchas veces, la oveja no esta perdida en el mundo, pero en la Iglesia, en la propria casa, porque el cuerpo de la oveja esta allí, pero el corazón ya esta lejos hace mucho tiempo.

Dejemos que el Buen Pastor encuentra el corazón de esta oveja que somos nosotros, que nunca salimos de la Casa del Padre, pero tenemos un corazón que vive volando por otros campos. Que el Buena Pastor encuentre nuestro corazón, para que él se convierta y se convenza, a cada día, que sin el amor de Dios no somos nada.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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