22 Dec 2020

Busquemos, en la humildad, nuestro sentido de vivir

“María dijo entonces: Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz” (Lc 1, 47-48).

Hago parte de la generación bendita, generación bienaventurada que proclama y reconoce en María la Bienaventurada, porque Dios, el Todo poderoso, realizo grandes maravillas, realizo en ella todas las obras de misericordia prometidas a nuestros padres.

Desde Abraham, el primer patriarca, y pasando por todas las generación proféticas, Dios nos prometió el Divino Salvador, y todas las profecías se cumplen en María. Es por eso que el corazón de ella se alegra y exulta para engrandecer a Dios, para alabar, bendecir, dar gracia a Él y proclamar Su grandeza.

¡No te engañes! María no esta engrandeciéndose, no esta exultándose, ella esta exultando en Dios y exaltando el Señor Dios, porque Él miro para la humildad de ella.

La humildad tiene un lugar en el trono de la gloria de Dios

Dios mira para los corazones humildes, para aquellos que se rebajan, para aquellos que realmente buscan, en la humildad, la razón y el sentido de tu vida. Es María quien esta diciendo que Dios derrumba los poderosos, los orgullosos y los soberbios de sus autoridades.

La verdad es que cada uno se va dejando iludir, se engañado por lo que es, por lo que hace, por lo que sueña y busca; y va construyendo su trueno de grandeza, de importancia y vanidad. Y nosotros sabemos que no importa la edad, cuando caemos de nuestras vanidades, la caída es grande.

La persona llega arriba del todo y se siente grande, importante… Pero viene un viento, y la vida de la persona se va; y entonces ella simplemente queda en el polvo, como todo es polvo. ¿De qué vale los títulos, los nombres y la prepotencia? Porque todos pasan, pero la humildad permanecen.

La humildad tiene un lugar en el Reino de la gloria de Dios, porque ella es exaltada por toda la eternidad. La humildad jamás pasa. Es por eso que los humildes permanecen, es por eso que nuestra humildad prevalece delante de la presencia de Dios.

Es el momento de abandonar todo orgullo, de toda soberbia y vanidad, para que, con toda la humildad de corazón, así como María, podamos también acoger la salvación de Dios.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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