08 Mar 2021

Acojamos la gracia de Dios en nuestro corazón

“Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra” (Lc 4, 24).

En el Evangelio de hoy, Jesús evoca el profeta Elías. Cuando el hambre tomo cuenta de la región donde él vivía hace seis meses, quien acogió Elías no fueran las viudas de Israel, pero fue una pobre viuda de Sarepta, que mal tenía para comer, ni ella ni su hijo. Fue ella quien repartió la harina y el agua que tenía con el profeta Elías.

El otro ejemplo que Jesús nos da es de Eliseo, porque, en el templo de profeta Eliseo, había muchos leprosos en Israel. Sin embargo, ningún de ellos fue sanado, pero sin Naamá, el sirio. Tu sabe que Elías y Eliseo fueron profetas en tiempos difíciles, donde el pueblo de Dios, llevado por la ganancia, por la vanidad y por los pecados, estaba apartado del Padre, y cada vez más llevado por los sufrimientos, por el orgullo, por la soberbia, y así ni los profetas escucharan.

Muchas veces, la gracia de Dios no será para nosotros, personas religiosas que creemos virtuosos

Lo que Jesús quiere decir es que tanto Elías como Eliseo fueron rechazados por el pueblo de Dios, a quien fueron enviados, por eso la gracia no llegó al pueblo, pero a los pobres que ni hacían parte del pueblo de Dios.

Sea el leproso Naamá, soldado, con toda la importancia que tenía, pero que el corazón acogió la gracia. Sea la pobre viuda de Sarepta, que acogió no solo un hombre de Dios, pero la gracia divina. Porque, muchas veces, la gracia de Dios no va ser para nosotros personas religiosas, que creemos virtuosos, que creemos detentores de la gracia de Dios, pero no sabemos acoger las advertencias, las orientaciones, las exhortaciones, las correcciones que Dios nos hace. Por eso, muchas personas, que muchas veces ni creen en Dios están acogiendo la gracia de Él, están ejerciendo la vida en Dios más que nosotros.

Cuando Jesús dijo que un profeta no es bien recibido en su patria, es porque fueron los Suyos, de Su propia familia, de Su propio convivio, que expulsaran a Él, llevaran a Él de la ciudad hasta el monte, y querían tirarlo en el precipicio. Ellos despreciaran Jesús, no acogieran a Él.

Necesitamos, humildemente, bajar la cabeza, bajar ese sentimiento de soberbia de corazón para saber acoger la corrección que viene de Dios.

Dios no nos corrige como queremos ser corregidos, porque solo queremos ser corregido em lo que creemos que es conveniente. La Palabra de Dios nos corrige verdaderamente cuando permitimos que Él actúa en nuestro corazón y habla con nosotros, sino, vamos seguir despreciando unos a los otros, vamos seguir despreciando la Iglesia, Dios y Su Palabra, y ella va llegar en otros corazones que acogieron con mucho más amor.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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