El anuncio de Jesús
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed que su destrucción está cerca. Entonces, los que estén en Judea, huyan a las montañas; los que estén en medio de la ciudad, apártense” (Lucas 21,20-28).
La permisión Divina y la reconstrucción
Mis hermanos y mis hermanas, en la vida espiritual, aprendemos una lección muy básica: cuando se habla de destrucción, inmediatamente hablamos de reconstrucción.
En el profeta Jeremías, por ejemplo, leemos: “Hoy te doy poder sobre las naciones, poder para arrancar y derribar, para destruir y arrasar, para construir y plantar”.
La destrucción nunca es el cuadro final, porque a veces es necesario destruir algo, tirar por tierra algunas ideas que traemos, conceptos, apegos. Es necesario destruir algunas cosas para que surjan nuevas y duraderas.
El propósito del dolor y el desapego
Dios permite incluso ciertos sacudimientos para construir algo nuevo en nosotros. El dolor llega cuando estamos tan apegados a algunas cosas, a algunas personas, que, muchas veces, la poda parece arrancarnos un pedazo. Muchas veces, las intervenciones de Dios nos causan ese dolor.
Por eso es mejor no agarrarse el corazón a nada ni a nadie, ni siquiera a la propia vida. Todo debe estar en las manos de Dios. Jesús quiere que la conclusión de la vida de cada uno de nosotros sea a su lado en la vida eterna.
La esperanza en medio de la ruina
En la conclusión de este nuestro año litúrgico, reavivamos la llama de la esperanza en cada uno de nosotros.
Por eso, dejemos arder nuevamente, en nuestros corazones, aquella certeza de que Dios tiene el control de todo en sus manos. Estamos en las manos del Padre Celestial y no debemos tener miedo, ni siquiera cuando vemos algo arruinarse delante de nuestros ojos. Repito: la destrucción es señal también de una nueva construcción. Dios está haciendo cosas nuevas.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!


